Cinta de Moebio: Revista de Epistemología de Ciencias Sociales

Hopenhayn, M. 2000. Transculturalidad y diferencia. Cinta moebio 7: 2-5

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Transculturalidad y diferencia

Transculturality and difference

Martín Hopenhayn. Ensayista argentino-chileno, es investigador de la División de Desarrollo Social de la CEPAL en Santiago de Chile.

Perspectivismo y Diferencia

Quisiera comenzar por resumir lo que a mi juicio constituye uno de los principales aportes de la herencia filosófica al pensamiento de la diferencia, a saber, el perspectivismo. Dicho concepto —y filosofía— se le atribuye en gran medida a Nietzsche. Es la piedra de toque para deconstruir el pensamiento metafísico, sobretodo el platónico, y tiene como premisa el que todo es interpretación. Con ello el perspectivismo se instala desde la partida en un pensamiento que conjuga singularidad y pluralidad. La perspectiva es siempre singular, pero lo es en un orden que no obstruye el juego de pluralidad de perspectivas. En esto consiste, a mi juicio, la forma de conjugar el pensamiento de la diferencia con un pensamiento de la democracia. El perspectivismo abre a la lógica del descentramiento (no hay una única interpretación) y a la lógica de la diferencia (las interpretaciones no son homologables entre sí).

Pero la pluralidad también queda instalada como movimiento permanente al interior de cada sujeto: no ya una diferencia que deviene identidad y se rigidiza como tal, sino la apertura del sujeto al flujo del devenir como flujo de la propia subjetividad. Más que diferencia ‘instalada’, entonces, la perspectiva supone una incesante deconstrucción de las identidades en virtud de esta plasticidad en la mirada. La filosofía del devenir queda reproyectada al interior de cada cual, como pluralismo mental o movimiento incesante en la percepción.

Por otra parte la diferencia es pensable sólo si se afirma simultáneamente la pluralidad y la singularidad de valoraciones incluso en un mismo sujeto, vale decir, si se afirma al mismo tiempo la especificidad de cada sujeto y la combinatoria que nutre dicha especificidad. No hay proceso de diferenciación si no hay un devenir-singular en medio de muchas posibilidades, pero tampoco lo hay si no existe un pluralismo interpretativo que socave la pretensión de un valor absoluto. La diferenciación, pensada como diferencia obrando o aconteciendo, es intrínseca al perspectivismo: es acto de desplazamiento plural entre muchas alternativas de interpretación, pero también es acto de posicionamiento singular frente a esta pugna de interpretaciones posibles (y en medio de la pugna). La diferencia no es allí el punto de vista sino la distancia que lo separa de otros, es diferencia entre perspectivas, bisagra que articula lo singular de una perspectiva y lo plural de sus virtuales desplazamientos, brecha entre distintas interpretaciones, momento de la no-identidad. En este movimiento que va abriendo huecos entre las distintas miradas se hace nítido el contraste que hace pensable la diferencia: lo singular se recorta sobre un fondo de desplazamientos múltiples.

Como pensamiento de la diferencia, el perspectivismo tiene un pie puesto en la afirmación y el otro en la crítica. En su función crítica, ha sido usado desde Nietzsche como trinchera de batalla contra el platonismo, la metafísica moderna y la moral del esclavo: "reconocemos entonces que no hay pecados en el sentido metafísico; pero que, en el mismo sentido, no hay tampoco virtudes; que todo ese dominio de ideas morales está flotando continuamente" (Nietzsche: 81; las cursivas son mías). En su función afirmativa, el perspectivismo revierte el dualismo excluyente en afirmación de la diversidad, hace posible un plus interpretativo, no cesa de enriquecer la visión del mundo con nuevas lecturas. Como fuente de impugnación y de singularización, el perspectivismo abre en doble sentido: de una parte, porque los desplazamientos de mirada siempre abren brechas en la pretendida lisura de la identidad, crean zonas inéditas de lectura del mundo; y de otra parte porque el perspectivismo mismo, como forma del pensar, abre un espacio entre la crítica y la afirmación, constituye una bisagra entre el desenmascaramiento de la identidad y la invención que afirma lo nuevo.

Transculturalidad y Perspectivismo

Hechas las distinciones precedentes cabe preguntarse: ¿desde dónde emergen hoy dinámicas que alientan el perspectivismo? E inevitablemente adviene la tentación de una respuesta: los nuevos depositarios del perspectivismo pasan por la compenetración entre culturas y sensibilidades radicalmente distintas que, por efecto de las migraciones y la comunicación a distancia, van generando nuevas aleaciones, perspectivas y formas de entender el entorno. Allí conviven la alquimia de las miradas (el devenir-singular) con la aceptación de esta alquimia como un proceso que se dispara en múltiples direcciones.

Hay progresiva permeabilidad y confrontación entre culturas y sensibilidades distintas. Un texto titulado sintomáticamente ‘Vibraciones Transculturales’, expresa la tentación por desarraigarse en el tránsito a otros códigos culturales: "Sólo sobrepasando la propia cultura y perteneciendo a una diferente, sólo perteneciendo a un orden que desgarra nuestra particularidad, puede uno encontrar la posibilidad de comunicar en torno a sentidos pensables y valores que ya no llevan la impronta de su origen" (Visker: 4). En ese nuevo mestizaje, el sujeto busca fundir en un mismo acto la exploración antropológica y el vuelo existencial. La auto-experimentación encuentra en el viaje transcultural y en la combinación de estilos sus versiones más seductoras. De pronto, recrear perspectivas en el contacto con el ‘esencialmente otro’ se vuelve accesible en un mundo donde la heterogeneidad de lenguas, ritos y órdenes simbólicos es cada vez más inmediata.

Ya no es sólo la tolerancia del otro-distinto lo que está en juego, sino la opción de la auto-recreación propia en la interacción con ese otro. O más aún: la tolerancia frente al otro es más apremiante porque la auto-recreación se ha vuelto una opción inminente. Al viejo tema del respeto por el otro se acopla, no sin conflicto, la nueva aventura de mirarnos con los ojos del otro. Y entrar en esa mirada del otro me hace a mí ser otro respecto de mí.

Si se concibe el vínculo con el otro en el marco de una comunidad de sujetos que se resignifican y permean en sus múltiples producciones de sentido, la transculturalidad adquiere implicaciones fuertes. La comprensión del otro produce en mí un desplazamiento de perspectiva. El pluralismo deviene perspectivismo. No es sólo repetir la crítica al etnocentrismo y concederle al buen salvaje el derecho a vivir a su manera y adorar sus dioses. Más que respeto multicultural, autorecreación transcultural: regresar a nosotros después de habitar las miradas de otros, ponernos experiencialmente en perspectiva, pasar nuestro cuerpo por el cuerpo del Sur, del Norte, del Oriente, en fin, dejarnos atravesar por el vaivén de ojos y piernas que hoy se desplazan a velocidad desbocada de un extremo a otro del planeta, repueblan nuestro vecindario con expectativas de ser como nosotros, pero también lo inundan con toda la carga de una historia radicalmente distinta que se nos vuelve súbitamente próxima. Al decir holístico de Morris Berman, esto implica "un cambio desde la noción freudiano-platónica de la cordura a la noción alquímica de ella: el ideal será una persona multifacética, de rasgos caleidoscópicos por así decir, que tenga una mayor fluidez de intereses, disposiciones nuevas de trabajo y vida, roles sexuales y sociales, y así sucesivamente" (Berman: 273).

La transculturización se hace promisoria precisamente por el perspectivismo que posibilita o precipita. Si la comunidad de sujetos está signada por la permeabilidad recíproca y la compenetración en la producción de sentidos, un orden multicultural intensivo e hiperexpresivo, como el que nos toca vivir hacia el final del milenio, pareciera colocar la plasticidad en el altar de los valores donde antes yacía la tolerancia o el consenso. ‘Perspectivismo o aniquilación de la subjetividad’, tal podría ser la consigna de la supervivencia en una comunidad atravesada por la multiplicidad de culturas, el (des)encuentro de imaginarios, el baile de las sensaciones. O el atrincheramiento en el particularismo o la creatividad de la mezcla. El súbito estallido de cruces y el inédito desborde en los mestizajes sugieren una nueva utopía apolínea: las individuaciones se hacen tan frecuentes y familiares en un nuevo mundo perspectivista, que pulverizan el viejo estigma de la anomalía. La mirada queda liberada del prejuicio moral y del logos reductivo cuando viaja, una y otra vez, por tantas otras miradas.

Si la permeabilidad transcultural es suficientemente profusa y profunda para que la subjetividad pueda recrearse a través suyo, indica que algo significativo está ocurriendo. En parte caótico, en parte intraducible, en parte imprevisible y en parte también travestido. Proliferación de expresiones neopaganas (mezcladas con comuniones cibernéticas, epifanías en imágenes virtuales y voces gregorianas sintetizadas), cultores de música de fusión indú-jazz o huaino-rock o afro-blues, subculturas urbanas que mezclan el panteísmo con la revolución o el apocalipsis con la alucinación del último reventón, conexión a primera vista —en internet— entre un coleccionista de desnudos de Madonna y un voyeurista de monitor, en fin, recomposición vertiginosa de lazos sociales y orgasmos comunicacionales. ¿Se insinúa, acaso, en este torrente de precarios encuentros, una voluntad colectiva, aunque dispersa, que busca liberar pulsiones expansivas en las mutaciones de la contingencia? A medida que se diversifica el menú de la mezcla, se intensifica su frecuencia, se singularizan sus contenidos y se hacen más recurrentes: ¿No crece también la ilusión de auto-recreación a la vuelta de la esquina, sincronía fugaz de la mezcla entre dos voluntades que se descubren en una reunión esotérica o en el monitor de la computadora, intensidades grupales acuñadas en el instante, compenetraciones periféricas que no pueden ser conmensuradas desde ningún lugar central, permeabilidades provisorias de las que nadie regresa incólume a su casa, en fin, voluntad de autoproducirse en otra inflexión del eterno retorno, allí donde los gustos son más cambiantes, las perspectivas más caprichosas y los dioses más mortales?

Entre la Ratio y la Singularidad

No pretendo minimizar el peso vigente de la ratio como valor de cambio universal en un mundo unificado por la productividad moderna (1), ni soslayar la amenaza que los fundamentalismos culturales le plantea a los valores de diversidad y tolerancia. Pero la existencia de la ratio como moneda internalizada por una proporción creciente de la población global no pareciera impedir, simultáneamente, la tendencia cultural hacia las antípodas: explosión centrífuga de muchas monedas en el imaginario transnacionalizado, combinaciones incontables que no responden a un cálculo meramente racional sino que imbrican emociones, sensaciones e incluso deseconomías.

Walter Benjamin sugería que existe un sano narcisismo que hace de antídoto a la razón instrumental, pero no pensaba este narcisismo en el registro de la diferenciación, y menos de la proliferación de sensibilidades, sino más cerca de lo que Daniel Bell describió como contradicción cultural del capitalismo: un sujeto proclive a la satisfacción hedonista en tensión con la racionalidad acumulativa-productiva que desde Max Weber se ha considerado como resorte del capitalismo. Hoy día la ‘desmonopolización’ de la ratio sobre el campo de la subjetividad viene pensada con otras consideraciones: ¿Cómo convive la difusión progresiva de la racionalidad productiva moderna con la mezcla creciente de lenguajes y sensibilidades culturales? Ya no se trata de atribuirle a esta mezcla espuria epítetos como ‘atavismo premoderno’ o ‘traba al desarrollo’ de la racionalidad del homo economicus. Tampoco tiene mucho sentido la tentación apocalíptica de afirmar, sin más trámite, que asistimos a la liquidación de las diferencias por su incorporación total en la circulación mercantil y en el fetichismo de la razón instrumental. Ni tiene sentido, en el otro extremo, la tentación acrítica de celebrar el caleidoscopio global como si en él los conflictos no fuesen más que ejercicios agonísticos para embellecer singularidades, desconociendo que en la heterogeneidad se dan todavía, y con mucha fuerza, relaciones de dominio y colonización culturales. ¿Dónde ubicar, pues, el perspectivismo? Por último, un escenario en que se abren tantas posibilidades de singularización y de síntesis suscita incertidumbres: ¿Cuál es el límite de escala en esta dinámica de autoproducción, hasta dónde existe agregación de combinaciones, dónde se ubican los puentes sobre los cuales puede construirse un imaginario común comunicativo entre miles de síntesis neotribales?

Hoy más que nunca hay condiciones subjetivas y objetivas para afirmar la diferencia. Pero también, más que nunca, hay irracionalidad en el consumo, miseria evitable, injusticia social, violencia en las ciudades y entre culturas. La pluralidad tiene doble cara. La inestabilidad de referentes no es garantía de un mayor pluralismo. La disolución de identidades perdurables y la multiplicación de referentes de valores no conllevan necesariamente a un desenlace liberador. Entre los posibles efectos podrán encontrarse tanto la rigidización de fronteras (desenlace reactivo), la disminución del compromiso social (desenlace pasivo), la atomización en referentes grupales de tono particularista, y salidas intermedias entre la mayor tolerancia y nuevas formas de regulación del conflicto. No asistimos a un happy end sino a la historia en su desarrollo de dulce y agraz.

Por cierto, hay mayor potencial auto-recreador por vía del desarraigo cultural o del nomadismo mental (‘enraizamiento dinámico’ del que habla Michel Maffesoli). ¿Queda transcendida o meramente debilitada la necesidad de pertenencia? Atomismo y fragmentación en el sistema social, diversidad de los símbolos en la cultura. ¿Utopía llevada al plano la sensibilidad, lejos del campo de la administración política y de la organización del trabajo? El paraíso reconquistado está en las antípodas de la imaginación utopizante de Moro o de Campanella: anarquía en los valores, y total asimetría en el acceso a los bienes socialmente producidos. ¿Qué racionalidad, si no es política, puede equilibrar la experiencia libertaria de la diferenciación personal con la superación de la pobreza? ¿Y desde qué racionalidad sustantiva exaltar la transfiguración singular y la permeabilidad entre nuevos códigos, sin dejar de regular contra la violencia, el abuso, la discriminación y la exclusión social? La política entra por la ventana.

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¿Cómo desarrollar el arte de la interpretación en este entramado de formas de racionalización y diferenciación? El intérprete tendrá que resistir la vía fácil del esteticismo de vitrina o de pantalla, incluso a riesgo de infelicidad. Pero no con objeto de alimentar al personaje puramente crítico, llámese ‘lúcido contracultural’ o ‘dialéctico negativo’, sino por ir más allá tanto de la crítica apocalíptica como de su integración indulgente al mercado de las diferencias. Ni apocalíptico ni integrado, el perspectivista tiene que encontrar su espacio en otra lógica: hacer lo posible porque la singularización sea una experiencia de apertura entre distintas sensibilidades (aprovechando en esta dirección el destape comunicacional emergente y la compenetración transcultural); y hacer lo posible para que sean cada vez más los que puedan acceder a dicha experiencia, y con ello se pueda expandir, a lo ancho del tejido social, el valor positivo de la compenetración entre sensibilidades heterogéneas.

Hay que recombinar la herencia del pluralismo, de la democracia y del sentido de justicia, incitar su eterno retorno en este orden de transculturización que toca vivir. Algo más que un consenso sobre mínimos y mucho menos que una ideología planetaria. El lugar preciso es un lugar movedizo.

Nota

(1) Entiendo por ratio la razón restringida a cálculo e instrumentación, pero al mismo tiempo a la manipulación que un sujeto hace de otros por medio de esta reducción de la razón a sus funciones instrumentales y formales. Véase el concepto de ratio en Adorno y Horkheimer, y también en Vattimo.

Bibliografía

Berman, Morris (1987) El reencantamiento del mundo, trad. de Sally Bendresky y Francisco Huneeus, Santiago de Chile: Editorial Cuatro Vientos.

Nietzsche, Friedrich (1984) Humano, demasiado humano, trad. de Carlos Vergara, Madrid: EDAF.

Visker, Rudi (1993) "Transcultural Vibrations", Mimeo, Lovaina: Universidad Católica de Lovaina.

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Cinta de Moebio
Revista de Epistemología de Ciencias Sociales
ISSN 0717-554X