Cinta de Moebio: Revista de Epistemología de Ciencias Sociales

Gómez, N. (2016) La construcción colectiva de conocimientos en las comunidades interpretativas. Cinta moebio 55: 66-79. doi: 10.4067/S0717-554X2016000100005

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La construcción colectiva de conocimientos en las comunidades interpretativas

Collective construction of knowledge in interpretative communities

Nicolás Gómez (nicolas.gomez@ucentral.cl) Escuela de Sociología, Universidad Central de Chile (Santiago, Chile)

Abstract

The article proposes that the objects of study in the social sciences are built into routines of interactions that we named interpretative communities. These adopt different qualities from those of an interview, because they are beyond the negotiations and agreements established by individuals to point out their positions in the development of knowledge. Moreover, from the perspective of interpretive communities, it becomes possible to identify biases that occur in the absence of epistemological vigilance in the task of specifying the theoretical objects to achieve interpretive models, and promotes the use of reflexivity in community processes that report ontological security and reintegrate daily life. To develop these arguments a narrative axis is presented of the social scientist movements from a methodical solipsism towards a collective construction of knowledge. On this trajectory, life story helps to broaden the interview, also the dialogue facilitates the recognition of operational consensus that secures a sense of belonging and opens up the possibility to review the community appropriation by two perspectives, one of the subject co-producer of knowledge and one of the operating groups.

Keywords: epistemological surveillance, interpretive communities, interview, remembrance, collective knowledge.

Resumen

El artículo propone que los objetos de estudio en las ciencias sociales se construyen dentro de rutinas de interacciones denominadas comunidades interpretativas, las cuales adoptan calidades distintas a las de una entrevista porque están más allá de las negociaciones y acuerdos que establecen los individuos para precisar sus posiciones en la elaboración de conocimientos. Además, desde la perspectiva de las comunidades interpretativas se hace posible identificar los sesgos que se producen por la ausencia de la vigilancia epistemológica en la tarea por especificar los objetos teóricos para lograr modelos interpretativos, y se promueve el uso de la reflexividad en los procesos comunitarios que reportan seguridad ontológica y reintegran el mundo de la vida. Para desarrollar estos argumentos se fija un eje narrativo en los desplazamientos del científico social desde un solipsismo metódico hacia la construcción colectiva de conocimiento. En su trayecto la historia de vida ayuda a ampliar la concepción de la entrevista y el tratamiento del diálogo facilita el reconocimiento de los consensos operativos que fijan un sentido de pertenencia y abren la posibilidad para revisar su apropiación comunitaria mediante dos perspectivas, la de los sujetos coproductores de conocimiento y la del grupo operativo.

Palabras clave: vigilancia epistemológica, comunidades interpretativas, entrevista, rememoración, conocimiento colectivo.

Introducción

En este documento presentamos las técnicas que nos ayudaron a desplazarnos desde un individualismo metódico a una construcción colectiva de conocimiento cuando llevábamos a cabo un estudio sobre una economía basada en la autogestión de la plaza laboral. Lo excepcional de estos eventos fue que al no estar previstos como etapas de la metodología, tuvimos que reconocerlos y esa vigilia aconteció cada vez que habitamos un estado reflexivo que fue promovido en las interacciones con los que al principio llamábamos informantes claves. A medida que pasaban esos encuentros, fue emergiendo un estado de conciencia semejante a la reducción fenomenológica-trascendental que nos dispuso a contemplar la empresa como el mundo donde estaban los contextos pragmáticos que iban elaborando nuestra comprensión.

Las descripciones de estas vivencias se realizan en dos momentos a lo largo del artículo. En el primero nuestros argumentos proponen que las modificaciones que acontecieron a nivel práctico, se hicieron posibles gracias a que los modelos interpretativos que portábamos fueron puestos en cuestión por el saber experto de los que reproducen la vida que buscamos conocer, y ahí hacemos notar que nuestra actitud natural que funcionaba como un adiestramiento en el recorrido de ida y vuelta entre las categorías sociológicas y lo que mirábamos, se ampliaba hasta impedirnos comprender lo que observábamos.

En el segundo momento anunciamos que la noción de informante clave y el uso habitual de la entrevista, quedan desbordados por la calidad de las interacciones donde se somete a revisión lo que se va produciendo como saber. Luego anticipamos que esa posibilidad sucede con independencia de las previsiones que logre estimar el investigador social, porque sus condiciones de posibilidad se encuentran gobernadas por los que habitan ese recorte de la realidad que llamamos el campo. En esta última fase recursiva del documento revisamos dos propuestas que se inician en las interacciones que hasta ahí nombramos como comunidades interpretativas, la primera subrayará la capacidad de apropiación de los resultados de la reflexividad colectiva para transformar los fundamentos la vida cotidiana y la segunda pondrá el acento en el modo de elaboración de un informe escrito que exprese la relación entre el científico social y los que reproducen la vida que se busca conocer.

La vigilancia epistemológica

Iniciamos la exposición asumiendo que la presencia en el campo es relevante en la medida que nos ayuda a ingresar en las relaciones donde se pueden contrastar las interpretaciones sobre un objeto de estudio. Pero en nuestro caso no fue una condición suficiente para fracturar la episteme que nos gobernaba y que se expresó como una “inercia teórico-conceptual” (Primavera 2003:123) que conducía el uso de nuestras categorías, lo que asumíamos como medios de prueba y las representaciones de los entrevistados.

Entonces nos preguntamos ¿cómo lograr una reflexión sobre los procedimientos de la investigación? y nuestra respuesta tuvo dos recorridos. El primero se abocó a detener nuestra actitud natural para conocer los límites de validez de las técnicas y de los conceptos que usábamos. En este sentido seguimos la recomendación de Bourdieu, Chamboredon y Passeron: “es necesario someter la práctica científica a una reflexión que, a diferencia de la filosofía clásica del conocimiento, se aplique no a la ciencia hecha, ciencia verdadera cuyas condiciones de posibilidad y de coherencia, cuyos títulos de legitimidad sería necesario establecer, sino a la ciencia que se está haciendo. Tal tarea, propiamente epistemológica, consiste en descubrir en la práctica científica misma, amenazada sin cesar por el error, las condiciones en las cuales se puede discernir lo verdadero de lo falso, en el pasaje desde un conocimiento menos verdadero a un conocimiento más verdadero, o más bien, como lo afirma Bachelard, aproximado, es decir rectificado” (2004:20). De esta forma nos dimos la posibilidad para precisar los errores en la confección de las pruebas y estos “actos epistemológicos” nos permitieron conocer “las condiciones” que los hacían posible (2004:84). Entre esos factores estaban los sesgos generados en nuestra tarea de especificar el objeto teórico para lograr un modelo interpretativo sobre hechos irreductibles y subjetivos.

En este sentido Guber sostiene: “el investigador se propone, así, penetrar y comprender la organización de ese conjunto de relaciones sociales y de significados, y aprender el modo en que esas personas dan sentido a su mundo y viven en él. Ello no se logra sino a partir del descentramiento que se produce cuando el investigador procede a especificar su objeto teórico. Parte de esa especificación concierne a los sujetos del objeto construido (las bolivianas, los puesteros, etc.) que se han identificado en la unidad de análisis y en el universo o muestra […]; por eso son un buen punto de partida para advertir que la mirada inicial –necesariamente cargada de presupuestos– deberá ir ampliándose progresivamente. Afortunadamente el investigador no está solo en este proceso” (2004:132).

A continuación, y como resultado de una vuelta a la bibliografía pertinente que nos acompañaba, entendimos que estos procedimientos eran inherentes a la experiencia científica que ha logrado usar sus capacidades en la “temporalidad del contexto de relaciones”, porque “Dilthey insiste en señalar que la temporalidad de la experiencia no es algo impuesto reflexivamente por la conciencia (como lo afirma Kant al sostener que la conciencia es el agente activo que organiza e impone unidad en la percepción), sino que ya se encuentra en la experiencia que nos es dada […] Ello significa que sólo entendemos el presente en el horizonte del pasado y el futuro. No se trata del resultado de un esfuerzo consciente, sino que pertenece a la propia estructura de la experiencia” (Parra 1997:50). Desde otro punto de vista, podríamos subrayar que “la objetividad se relativiza al contexto de su determinación, es decir, a la perspectiva que la hace visible. En tal sentido, se admite para lo social la cotidiana experiencia de la coexistencia de varios tipos y niveles de objetividades (racionalidades) con sus respectivas clausuras. Cada una constituye un universo consensual de sentido (realidad); uno de los cuales es el estilo de observación y dominio de conocimiento asegurados por las comunidades de científicos sociales a través de sus teorías, hipótesis, conceptos, métodos e intervenciones” (Arnold 1997:90).

Bajo esta premisa nos quedaba claro que estábamos más allá del “solipsismo metódico, o sea, del supuesto de origen cartesiano de que es posible una conciencia puramente individual y que la intersubjetividad es un resultado a partir de ella.” Por tanto, el problema de la comprensión lo fuimos solucionando a través de la búsqueda de los “contextos pragmáticos, llámense reglas (Winch) o tradiciones (Gadamer)” (García 1994:94), donde se constituye el universo consensual de sentido de la economía bajo estudio. Con esta forma de asumir la experiencia científica nos apartamos de la posibilidad de comprender mediante el ejercicio de ponernos en lugar de las otras conciencias, y nos dispusimos a vivir una experiencia que buscaba comprender las circunstancias de las estructuras del mundo a través de una “crítica e impugnación de lo anquilosado o lo enajenado como el reconocimiento o la defensa del orden establecido” (Gadamer 2007:185).

La segunda ruta de nuestra respuesta asumió que la reflexividad sobre los procedimientos de la investigación se lograba con la participación de las personas que inicialmente nombramos como informantes claves. Para abrir estas asistencias tratamos de no quedar a merced de las presentaciones protocolares, y anticipamos la clasificación que los entrevistados nos aplicarían y que nos dejarían inscritos en los tipos ideales que aumentan la lejanía social. Esta clasificación cercana a la desconfianza y la sospecha, se entiende tanto por la calidad informal del desempeño económico que ellos desarrollaban como por la trayectoria que tienen como pobladores, la cual está marcada por un largo periodo de allanamiento de su cultura económica por parte de la Dictadura Militar (1973 a 1989) y actualmente saben “moverse” entre delincuentes, policías y narcotraficantes.

Estos hombres y mujeres, un total aproximado de 102 personas, autogestionaban su plaza laboral sobre la base de rutinas de búsquedas de “cachureos” (desechos domésticos o industriales) y/o de compras al por mayor de bienes de primera necesidad y de uso diario, los que ofrecían en un mercado que ellos formaban con 56 “puestos” el día domingo en una de las principales calles de la comuna de Huechuraba en la Región Metropolitana de Chile. Durante los dos años que duró nuestra investigación sobre la vida económica de ese emprendimiento asociativo de trabajo autogestionado urbano popular, ellos llegaron a comprender los objetivos de nuestro estudio en su “contexto estructurado de significados” (Schütz 1993:54). Así sus estructuras simbólicas dedicadas a elaborar conocimientos sociotécnicos y las que reproducen esos sentidos, fueron articulando un modo de interpretación sobre los hechos que indicaban la coherencia cultural que explicaba cada organización económica.

Sin embargo, cabe anunciar que no todos esos trabajadores se desempeñaron en esa calidad de intérpretes, entre los que ejercieron su derecho a construir conocimiento destacaron los que fuimos reconociendo como los expertos y los dirigentes. Un aspecto relevante para dicha consideración fue que junto a ellos pudimos salvar el límite que subraya Merlinsky cuando enseña las posibilidades de la participación del investigador en la relación de la entrevista, nos referimos en particular a: “bloquear la reflexión por parte del entrevistado en un sentido que prometía el descubrimiento de aspectos inexplorados” (2006:253), debido a que los encuentros con los expertos y los dirigentes comenzaron a desdibujar la asimetría que establece el saber experto científico y todos fuimos teniendo acceso a manifestar nuestras opiniones, aportar fuentes de información de diferentes calidades, interpretarlas, confeccionar datos y seleccionar los que fueron considerados como los medios de prueba.

Los expertos y los dirigentes tenían cualidades diferentes aun cuando eran parte de la misma acción colectiva que domingo a domingo reproducía el mercado que les ayudaba a lograr los recursos monetarios que mantenían en parte o en su totalidad la economía doméstica de sus familias. Los primeros se caracterizaron porque estaban en las conversaciones que trascendían las relaciones consanguíneas y de parentesco y donde se entregaban o recibían informaciones precisas que contribuían a comprar una cosa y luego a revenderla. Esos “datos” también facilitaban la adaptación de los artefactos, incluso su desarme y la venta de sus partes, evaluaban los beneficios de las ganancias y proponían cambios de rutina que resolvían los problemas de la gestión de sus “negocios”. Más allá de esos encuentros no se incorporaban a la comensalidad de bebidas alcohólicas y no buscaban analizar el gobierno político que coordinaba sus organizaciones económicas. Los segundos había logrado el título de dirigentes gracias a que los trabajadores de esas organizaciones habían constituido una “directiva” que los representaba, y su rol suponía saber ubicarlos dentro del mapa sociopolítico de la comunal de Huechuraba.

Desde ahí los dirigentes se planteaban las conversaciones con las autoridades y cuando esa categoría emergía desde “responder” por la “gente”, ese rol se definió como los que “guían”, se “hacen cargo” o se la “juegan” por los demás; y si bien cada integrante de las organizaciones económicas podía ser un dirigente, su elección en las reuniones de la asamblea estaba determinada porque los potenciales candidatos no se asociaban al consumo de alcohol, se les reconocía como trabajadores con la capacidad de ser responsables de custodiar el recurso monetario que juntaban año a año a través de cuotas. Una vez electos, los dirigentes coordinaban a los integrantes de todas las organizaciones y esa función les ayudaba a tener prestigio, el cual no tuvo relevancia para transformarlos en expertos.

Como anteriormente señalábamos, junto a los expertos y a los dirigentes nos involucramos en diálogos donde se interrogaron los “contenidos significativos” que estaban “constituidos” (Schütz 1993:69). Cuando en ese momento volvíamos a leer fuera del campo la obra de Gadamer Verdad y Método, estuvimos dispuestos a asumir que esa “receptividad no supone neutralidad ni la autocensura, sino que implica la apropiación selectiva de las propias opiniones y prejuicios” (2007:66). También advertimos que estas experiencias fueron de co-construcción de conocimientos entre congéneres por la “comunidad espacio-temporal” que nos comprometió (Schütz 1993:172). Luego descubrimos que esta cualidad, la continuidad espacio-temporal, no caracterizaba a todos los personajes que eran traídos a las conversaciones. A continuación dos ejemplos, primero, cuando se explicaban las razones del por qué se hace lo que se hace, ellos las atribuían al futuro de su descendencia y así justificaban los sacrificios que demandaba su trabajo y apaciguaba las impotencias que se producían por la brecha entre su futuro deseado y el futuro probable. Segundo ejemplo, cada vez que nuestras conversaciones se concentraban en la manera a través de la cual los expertos y los dirigentes habían aprendido a hacer esta forma de economía popular urbana, ellos recuperaban la opinión de un padre ya fallecido, una madre anciana, un vecino al cual no se le ve desde hace mucho tiempo o de un tío que ya no participa para explicar, por ejemplo: los pregones, las frases eficientes que ayudan a fijar el precio de las cosas en la conversación entre ellos y un potencial comprador, o cómo fue que se transmitió la información para clasificar los nudos que “amarran la carga” en el medio de transporte o para hacer la preparación culinaria.

Estas conversaciones nos condujeron a tomar en cuenta la presencia de los sucesores y de los predecesores en la descripción de esa vida económica, y aun cuando se puede escribir un capítulo para tratar las posibilidades que ofrecen los primero en la construcción de la motivación de la conducta comercial. En este artículo nos guiaremos por el papel que jugaron los predecesores, debido a que su participación nos hizo parte de un sentido de pertenencia que se lograba al rememorarlos, es decir: “mirando simplemente bajo una luz distinta los recuerdos de la gente que he conocido en forma directa o indirecta. […] Puedo definir a un predecesor como una persona en el pasado, ninguna de cuyas experiencias se recubre en el tiempo con ninguna de las mías. El mundo puro de los predecesores puedo definirlo entonces como totalmente constituido por tales personas. [Y su papel en el curso de nuestra investigación fue dándonos la posibilidad de tener una orientación siempre pasiva] “lo que equivale a decir que mi acción está influida por la suya. O para decirlo de otro modo, su acción concebida en el tiempo pluscuamperfecto es el auténtico motivo-porque de la mía” (Schütz 1993:235).

Más adelante y gracias a otras situaciones similares, fuimos aprendiendo que la co-construcción de conocimientos supone una producción especial de la historia del grupo que va revisando actos y las formas de organizar los artefactos, porque esa historia no sólo se muestra como una “relación- nosotros continua”, sino que también porque posee elementos diversos, “registros y monumentos, que tienen el status de signos” y “partícipes siempre cambiantes” (Schütz 1993:237,242). Entonces, cuando los expertos y los dirigentes realizaban sus evocaciones para hacer su historia, también tuvimos la posibilidad de recorrer las modificaciones de las comprensiones que otros hicieron hasta dejarlas en calidad de “unidad de sentido acabada”. Y, de paso, esto nos aclaraba que el compromiso que vivimos al compartir el espacio y el tiempo, también se explicaba porque nos hacíamos parte del “momento de la tradición en el comportamiento histórico-hermenéutico, en virtud de la comunidad de unos prejuicios fundamentales y subyacentes” (Gadamer 2007:67).

Esta coexistencia en el acto de conocer nos distanciaba de la posición de Mejía, porque aun cuanto compartíamos con él que la “investigación científica es el proceso que investigadores e investigados colaboran en el acto del conocimiento” (2002:205), lo cual ayuda a sostener que la acción sociológica es una manera a través de la cual la organización o la comunidad se piensa a sí misma, la diferencia se produjo porque nuestra posición de “observadores especializados” fue circunstancial y se precarizó cuando los expertos y los dirigentes empezaron a tomar decisiones en la rememoración gracias a que conjugaban los objetivos de nuestro estudio con sus desempeños como historiadores de su comunidad, y nosotros pasamos a ser los taquígrafos de las categorías que nos permitieron comprender.

Sobre este asunto aportamos el siguiente ejemplo. Después de varios meses era habitual llegar el día domingo saludando a los trabajadores de “los puestos”, al inicio era bastante breve la rutina pero con el tiempo nos tomaba dos o tres horas de la mañana. A veces no llegábamos a pasar por los 56 “puestos”, debido a que nos deteníamos a considerar la solicitud de un experto o de un dirigente para que abriéramos el cuaderno de campo y apuntáramos lo que nos quería decir. En uno de esos encuentros registramos la opinión de quién se oponía a cambiarse de “puesto” o a reducir su espacio físico para vender, porque su “antigüedad” era su razón para legitimar su posición. Semanas después un dirigente nos hizo ver el cambio de posición de esa persona, y nos reveló que la “necesidad” de un “vecino” que no tenía “puesto” había sido el nuevo argumento considerado. Más adelante hubo una asamblea donde más de la mitad de los integrantes de las organizaciones debatieron el criterio de la antigüedad como fuente de la legitimidad de la propiedad del “puesto”. En una posición distinta los dirigentes proponían fundar derechos en dos necesidades: la de los alimentos para las familias y la del trabajo. Se acordó que todos tenían derecho a trabajar pero que había una cantidad de “puestos” limitada, y como a veces los que eran “antiguos” no asistían los domingos, era pertinente entregar por ese día el “puesto” a otro para que “lo trabajara”, a estos últimos les llamaron “las visitas”. Luego volvimos a conversar con el trabajador experto y que fundaba sus derechos en su “antigüedad”, nuestro motivo era hablar sobre su padre y hermanos, al poco tiempo de nuestra conversación él nos detuvo y nos subrayó que había accedido a cambiarse de puesto y a ceder un espacio físico porque “había que saber convivir”, además nos recordó que él había actuado de otra forma, porque pensó que lo iban a engañar, pero como todos cumplían los acuerdos de la asamblea, él también los cumplía.

Este resumen de un proceso de encuentros más largo y que también tiene otros contenidos, basta para demostrar que fueron los mismos expertos y dirigentes los que nos situaron en la calidad de taquígrafos cuando requerían “anotar eso”: un cambio de conducta y/o una opinión diferente. Además, en muy pocas oportunidades nos preguntaron lo que nosotros pensábamos sobre lo que escuchábamos, veíamos y registrábamos. Incluso cuando los dirigentes se lanzaron a diseñar un “proyecto” para participar en un concurso de fondos económicos que abriría la municipalidad de Huechuraba, sólo nos invitaban a tomar fotos, grabaciones y registro escritos de sus conversaciones, porque asumían que esas prácticas ayudaban en nuestro estudio, porque nos permitían “saber” cómo se “hacían las “cosas”.

La apropiación comunitaria del conocimiento

El giro que se había producido, gracias al cual desvirtuamos las representaciones que situaban a los expertos y a los dirigentes como casos instructivos del sector informal de la economía, inauguró un nuevo momento. En esta etapa, los expertos y los dirigentes se permitieron plantearnos preguntas que no sólo buscaban cuestionar, por ejemplo: la visión que nosotros asumíamos como la práctica normal de ahorro que se debe hacer en un banco, por su parte, ellos nos invitaban a pensar de otra forma: lo que un experto compraba para “su casa”: bicicleta, muebles o TV, eran de uso circunstancial porque esas cosas se transformaban en sus “ahorros” e “inversiones” cuando se presentaba una “necesidad” o “salía una buena oportunidad” para venderlas. En el transcurso de esas conversaciones fueron apareciendo las autobiografías, incluidas las nuestras, porque “la coexistencia nos asedió” (Gómez 2014:35) y para hacernos sentir cómodos nos fue coherente interpretarnos desde una “gestión selectiva” (Osorio 1999:123) de nuestras experiencias de trabajo. Sin embargo, esas interacciones tuvieron diferentes calidades, por esa razón fue posible reconocer encuentros donde la comunicación fijaba “formulaciones reflexivas acerca de un código implícito” (Merlinsky 2006: 251) que nos ayudaba a arribar a consensos que los demarcaban y que nos entregaba un sentido de pertenencia, como indicábamos en el capítulo anterior.

A continuación advertimos que era factible tratar a esos encuentros diferenciados como “comunidades interpretativas” que “producen significaciones”. Antes de continuar, debemos señalar que la noción de “comunidades interpretativas” la retomamos desde la “versión atenuada” que Piña (1988:22) reconoce en Fisch, cuando él siguió los argumentos de Todorov. Por tanto, nuestro uso de esa categoría no buscó resolver el problema de la validez de la interpretación de un investigador, sino que intentó avanzar en lo que Piña, esta vez siguiendo a Schütz, asume como la “situación biográfica” (1998:24); y que más adelante nos llevó a estudiar las dos propuestas metodológicas con las cuales termina este apartado. 

En nuestra investigación, la noción de comunidad interpretativa fue empleada para nombrar los encuentros colectivos que producen interpretaciones sobre actos y acciones. Bien pueden haber nacido por una solicitud de uno de sus integrantes o por una demanda coyuntural, por ejemplo, la que propone un funcionario municipal: su desempeño fue mostrándonos que se incorporaban objetivos específicos y horarios fijados por los que se hacían comunes en el espacio y el tiempo y que, por tales dimensiones, lo comprometía para intercambiar opiniones que habitualmente lo conducía a consensos sobre la interpretación de los hechos que ha vivido, incluyendo los acuerdos sobre sus disensos en la manera de apreciar sus vivencias. De esta forma, y por lo que fuimos aprendiendo en el trabajo de campo, la comunidad interpretativa es una categoría inicial para indagar sobre el modo de co-producción y apropiación individual del conocimiento y, en especial, para conocer cómo la actividad reflexiva colectiva va construyendo las unidades de sentido que les son inherentes a sus maneras de estar en la vida económica.

Hay otros aspectos que revelaron la emergencia de una comunidad interpretativa. Por un lado, el mundo que nos rodeaba parecía estar lejano y en silencio, porque la realidad por excelencia era la de esa comunidad que nos concentraba en un eje semántico que iba enlazando los códigos sociolingüísticos de las descripciones que todos brindábamos. Por ejemplo, cuando la comunidad interpretativa estaba compuesta por los expertos, habitualmente la conversación giraba en torno a cómo obtener mejores ganancias de los artefactos; mientras que cuando la comunidad interpretativa estaba conformada por los dirigentes, sus diálogos se concentraban en cómo resolver las relaciones entre la Municipalidad y sus organizaciones económicas.

Por otro lado, fue habitual observar que los que participaban en la comunidad interpretativa se auto-asignaban tareas que los llevaban a “ir a ver” o “ir a preguntar” cómo otros lo habían hecho para salir de las inquietudes que en sus conversaciones no lograban tener respuestas, o donde el único dato disponible era la palabra de uno de los participantes. Por ejemplo, en las comunidades interpretativas de los expertos fue normal que alguno de los involucrados saliera a preguntarle a un “técnico” la información pertinente para comprender cómo un teléfono, por ejemplo, podía ser desarmado sin que sus partes fueran rotas y perdieran valor; por su parte, en las comunidades interpretativas de los dirigentes era normal que uno de sus participantes se reuniera con la “señorita de la municipalidad” para comprender cómo se lograba tener vigente la “personalidad jurídica” cuando un integrante de “la directiva” había abandonado su cargo sin dar aviso “a nadie”. Luego, tanto en la comunidad interpretativa formada por los expertos como en la constituida por los dirigentes (y en las otras que participamos pero que su descripción desbordaría los objetivos de este artículo), se observó que en los siguientes encuentros se volvían a proponer nuevas interpretaciones en forma de preguntas o comentarios, tomando en cuenta lo que ya se tenía como certezas y en sus términos los involucrados volvían a estar presentes.

Saliendo de la descripción particular de la noción de la comunidad interpretativa y retornando a su papel en la co-construcción de conocimiento, tenemos que acotar que fue gracias a las comunidades interpretativas que aprendimos que los relatos (y en nuestro caso en particular el relato sobre la vida desde lo económico) no es todo lo que le ha sucedido a los participantes que aportan sus opiniones, más bien es una “construcción” que “toma pedazos de experiencia y los arma de un modo que semeje una situación real” (Poblete 1999:241). Pero dicha creación no es arbitraria, sino que está condicionada por las cualidades de la comunidad que participa a través de sus consensos, tensiones y por la “mediación entre el individuo, la biografía y la historia, es decir, por las estructuras sociales. Implica también en admitir el papel activo del individuo en la historia” (Veras 2010:150). Más adelante, cuando fuimos transcribiendo los registros de esas conversaciones y los sometimos a análisis, aprendimos que los consensos a los cuales llegábamos junto a los integrantes de las comunidades interpretativas ayudaban a fijar “umbrales” (Luhmann 2005:127) que funcionaban como los hitos de arraigo en la memoria compartida en esos encuentros, también que podían ser tratados bajo un “modelo arqueológico” que nos permitió comparar cohortes (Gómez 2014:42) y diferenciar las trayectorias de los hombres y las mujeres; y según lo que llegamos a lograr hasta esa instancia estuvimos parcialmente de acuerdo con la perspectiva que sostiene que lo olvidado se “niega” y se “anula” (Piña 1988:29), porque si bien la atención que demanda la conversación en la comunidad interpretativa impide rememorar actos y experiencias en ese ahí y ahora del obrar comunitario, tiempo después, cuando todos salimos de las comunidades interpretativas, tuvimos la posibilidad de recuperar esas atribuciones de sentido y en los posteriores encuentros volvimos a conversar para enmendar, rectificar o contradecir lo que habíamos descrito.

Estas cualidades de las comunidades interpretativas aumentaron las interrogantes sobre lo que hacíamos. Incluso, como hemos advertido, nos llevó a dialogar teóricamente con dos propuestas que se inician en este tipo de interacciones, pero que difieren en las metas que se proponen. La primera subraya la capacidad de apropiación de los resultados de la reflexividad colectiva para transformar los fundamentos la vida cotidiana y la segunda pone el acento en el modo de elaboración de un informe escrito que exprese la relación entre “el científico que intenta comprender y otro sujeto que sabe qué cosa es el sentido de su actividad en el mundo de la vida” (Scribano 2001:109).

La primera perspectiva asume que “los procesos de producción de conocimiento, especialmente en ciencias sociales, operan en relación con colectivos productivos y, sobre esta base, se sostiene un tipo determinado de producción” (Bialakowsky et.al 2010:263). En este artículo destacamos dos asuntos que contribuyen a nuestros argumentos, a saber: el lugar donde se plantea la transformación subjetiva y la ubicación de los colectivos productivos de conocimiento en el repertorio de las técnicas de las ciencias sociales.

En cuanto al primero, esta perspectiva subraya que la transformación subjetiva sucede en los diálogos y las reciprocidades entre el investigador social y las personas: “Coproducir mediante un dispositivo de co-investigación implica la tarea común de la construcción de: a. un marco teórico de referencia, a la vez que flexible, provisorio y acumulativo; b. una metodología, y c. la transformación subjetiva, en tanto los participantes interrogadores devienen en productores de diálogo y reciprocidad en la transversalidad metódica. […] Se hace visible en este ensayo que, el encuentro discursivo y el pensamiento múltiple que se despliega en el diálogo, dispara y reconstruye conceptos sostenidos por la materialidad del colectivo” (Bialakowsky et.al 2010:261). En esos términos, toda la experiencia científica estaría abierta a producir cambios gracias a su modo especial de hilvanación de conocimiento que supera “el hiato impuesto por los procesos de trabajo y las metodologías descolectivizantes (en sentido de su materialidad productiva), entre el hacer y el pensar, entre el sujeto singular y el sujeto colectivo, entre lo productivo y lo reflexivo” (Bialakowsky et.al. 2010:263).

Por nuestra parte, asumimos que esas capacidades colectivas pueden ser evidentes cuando se las trata a nivel teórico (esa sería su pertinencia en el análisis metodológico), pero las mismas capacidades se confundirían en la acción de la producción colectiva de conocimiento (ese sería el desafío que nos platea dicha técnica metodológica). Y, lo que es un consenso, tendrían un papel transformador de las subjetividades, porque la orientación que producen para que sus integrantes experimenten el mundo, se basa en la proximidad temporal y espacial que promueve el diálogo: “la verdadera realidad de la comunicación humana consiste en que el diálogo no impone la opinión de uno contra la de otro ni agrega la opinión de uno a la de otro a modo de suma. El diálogo transforma una y otra. Un diálogo logrado hace que ya no se pueda recaer en el disenso que lo puso en marcha. La coincidencia que no es ya mi opinión ni la suya, sino una interpretación común del mundo, posibilita la solidaridad moral y social. Lo que es justo y se considera tal, reclama de suyo la coincidencia que se alcanza en la comprensión recíproca de las personas. La opinión común se va formando constantemente cuando hablan unos con otros y desemboca en el silencio del consenso y de lo evidente […] nuestra vida social descansa en el presupuesto de que la conversación, en su sentido más amplio, deshace el bloqueo producido por el aferramiento a las propias opiniones” (Gadamer 2007:185).

El otro asunto, referido a la posibilidad de hacer explícita la existencia de estos procesos dentro de los usos de las metodologías de las ciencias sociales, lo vemos posible desde el momento en que se produce un traslado de la subjetividad individual a la reflexividad grupal: “esta perspectiva metodológica se asume como momentos que no tendrían un carácter ordinal en sentido estricto. Para ello retomamos la propuesta de Zemelman en la que define […] nucleamientos de lo colectivo, siendo cada uno de ellos la posibilidad para leer los procesos de constitución de los sujetos. Estos niveles se presentan así, subjetividad individual en lo grupal. Subjetividad del individuo, pero ubicada en lo colectivo. Experiencia grupal. Relaciones posibles que se pueden desprender cuando la subjetividad individual es pensada desde las exigencias de inclusividad de lo grupal” (González, Aguilera y Torres 2014:55). Si asumimos estos planteamiento y no erramos en su interpretación, entendemos que en la construcción colectiva de conocimiento se permite la desindividualización, y ese proceso sería posible porque el obrar colectivo gobernaría a sus integrantes, al menos suspenderían los “sesgos del positivismo metodológico” (Bialakowsky et. al. 2010:259) por el tiempo que duren sus conversaciones. Además, lo que hemos revisado es un “método” que incluye “la potencialidad recursiva incorporando al proceso de descubrimiento posibilidades de reflexividad […] diluyendo –al menos en parte– la violencia simbólica propia de la asimetría que se ejerce en los procesos de investigación” (Bialakowsky et.al. 2010:265).

La segunda perspectiva metodológica que estudiamos, somete a revisión las formas a través de las cuales se ha obtenido la información para llegar a la validez metodológica (Batallán y García 1994:169) y, al igual que la anterior, cuestiona la autoridad del científico social para imponer: los tiempos y contenidos de la interacción con las personas que experimentan el fenómeno de estudio, las maneras de registro del habla, la gestualidad, los artefactos y las interpretaciones sobre esas anotaciones. Entonces busca un equilibrio en estas asimetrías proponiendo un procedimiento basado en un “grupo operativo” (Pichón-Riviére 1975) que es un “conjunto restringido de personas, ligadas entre sí por constantes de tiempo y espacio y articuladas por su mutua representación interna, que se propone en forma explícita o implícita una tarea que constituye su finalidad. […] Los conjuntos sociales se organizan en unidades para alcanzar mayor seguridad y productividad. La unidad grupal tiene en muchos casos la característica de una situación espontánea. Pero los elementos de ese campo grupal pueden ser a la vez organizados. Queremos decir con esto que la interacción puede ser regulada para potencializarla, para hacerla eficaz en vista a su objetivo” (Pichón-Riviére 1975:209).

La perspectiva del grupo operativo es más clara en su esfuerzo por instrumentalizar las interacciones que la perspectiva de los sujetos coproductores de conocimiento: “el encuadre o la técnica operativa del grupo (conjunto de constantes metodológicas que permiten la comprensión de un proceso) facilitan, a través de la confrontación de esos modelos internos en una nueva situación de interacción, y en el análisis de sus condiciones de producción, la comprensión de las pautas sociales internalizadas que generan y organizan la formas observables de interacción” (Pichón-Riviére 1975:211), y esto se debe a que asume las transformaciones subjetivas de los individuos como parte de una trayectoria de aprendizaje en espiral que se hace colectivamente. Por tanto, el investigador social ya no es la autoridad que guía ese aprendizaje, solo puede remitirse a favorecer las condiciones para que suceda un desplazamiento de la actividad reflexiva individual hacia el grupo y, entonces, su función es la de documentar ese proceso. En esos términos, los desafíos están ubicados en la gestión comunitaria del conocimiento de la "acción sociológica" (Scribano 2001:116), lo cual se refiere a cómo se da cuenta de la síntesis de la atribución de sentido que resulta en material simbólico: “el material debe reflejar entonces, la textualidad y el contexto de lo dicho, así como los significados atribuidos por los sujetos a los acontecimientos pasados y presentes. Con respecto a la interacción, el documento tiene que consignar los climas, estados de ánimo, etc., buscando la reducción de la tendencia al engaño producida por los imponderables de la propia interacción” (Batallán y García 1994:169).

En el recorrido bibliográfico que hicimos sobre estos procedimientos encontramos los desafíos metodológicos que tuvieron que sortear Cruz, Reyes y Cornejo, cuando observaron que eran “parte constitutiva del mundo” (2012:262) que se desarrollaría gracias a su investigación sobre las representaciones de la memoria de la dictadura militar chilena. Desde los argumentos que hemos expuesto, entendemos que ellas idearon una metodología para ser una comunidad que se interpretaba desde posiciones políticas y sociales y que en particular lo visualizaron fijando preguntas que debían ser contestadas por escrito, intercambiadas vía correo electrónico y luego comentadas en encuentros sistemáticos. Pero como ellas bien lo describen, los problemas aparecieron cuando cada cual y en conjunto debían implementar ese diseño: “La dimensión afectiva fue un trasfondo permanente en el ejercicio de autorrelatarse, en el compartir el material con el equipo de investigación, así como en la disposición a ser analizadas y analizar a las otras. No se trata solo que los autorrelatos incluyan memorias cargadas de afectividad, sino que el dispositivo por el que optamos obligó a hacer manifiesto el trasfondo emocional. […] Este trasfondo emocional implicó actuar con sumo cuidado respecto al otro, cuestión que se vio reflejada fuertemente en la importancia de la confidencialidad respecto a los autorrelatos (ejemplo de ello el compromiso que solo serían leídos y trabajados por las tres investigadoras y el cuidado que hubo en la elección del transcriptor, así como en las instrucciones dadas para la realización de la transcripción), así como en el ejercicio de análisis (la detención en las palabras utilizadas en la interpretación que se arriesgaba y la utilización de preguntas más que de aseveraciones para proponer una particular comprensión del texto dan cuenta de ello)” (Cruz, Reyes y Cornejo 2012:264).

Hemos reconocido mediante la revisión de casos ejemplares que los problemas metodológicos son superados cuando se identifican y describen los criterios que los participantes usan para interpretar. Aquí “no interesa la veracidad en sí misma, sino que se persigue conocer los significados, perspectivas y definiciones con lo que los sujetos interpretan, clasifican y experimentan su mundo” (Batallán y García 1994:169). Así la interpretación es un “diálogo interepistémico e intercultural” porque confronta informaciones heterogéneas que provienen de la síntesis de los contenidos que se han fraguado en las trayectorias educacionales y laborales de los involucrados (González, Aguilera y Torres 2014:63). Debido a este carácter el objeto de estudio aparece de forma fragmentada y la riqueza del conocimiento sucede cuando los involucrados buscan complementar los puntos de vista.

En este transcurrir la idea de fases o etapas se desdibuja porque se desempeña una “praxis” que es capaz de introducir “inteligibilidad” al proceso de comprender el objeto de interés, develando las posibles relaciones entre las representaciones y la realidad; y porque el grupo operativo accede al autoconocimiento, aumentando su capacidad para decodificar el sentido de lo emergente. Esto se plantea como posible porque “la técnica operativa del grupo, sean cuales fueren los objetivos que en el grupo se propongan (diagnóstico institucional, aprendizaje, creación artística, planificación, etc.), tiene por finalidad que sus integrantes aprendan a pensar en una coparticipación del objeto de conocimiento, entendiendo que pensamiento y conocimiento no son hechos individuales sino producciones sociales” (Pichón-Riviére 1975:212).

Este recorrido también lo confirma González, Aguilera y Torres, cuando revisan el uso de su “perspectiva metodológica participativa y crítica” (2014:57) y lo manifiestan de la siguiente manera: “La construcción colectiva de los conocimientos y saberes dan soporte a las organizaciones sociales y a la construcción de conocimiento. […] El criterio de flexibilidad y apertura deja orificios que pueden desbordar el problema de investigación, el criterio de construcción colectiva los articula y condensa. […] Es decir, que el límite se encuentra en la posibilidad de articulación de las voces de los sujetos que intervienen y ayudan a vislumbrar las enunciaciones acerca de los sentidos de la experiencia, que es lo que se quiere investigar. […] Esto implica escuchar y decidir entre sujetos que apuestan a configurar conocimientos y que reconocen en la historicidad un criterio de análisis e interpretación. […] más bien queremos reconocer que algunos sujetos de las organizaciones se consideran agentes en la historia y su potencial puede estar tanto en la construcción de conocimiento, como en la producción de realidad, con ellos es con quienes hacemos el recorte de realidad y configuramos de manera formal los sentidos de la organización, obviamente escuchando a los otros” (2014:61).

Es en este momento donde pudimos reconocer las similitudes entre las comunidades interpretativas y la constitución de un sujeto colectivo que conoce y, parafraseando a Batallán y García, sostuvimos que ambas categorías intentaban captar esa calidad de las relaciones donde los involucrados se igualan en sus posiciones al distanciarse de sus subjetividades, porque no solo la realidad es puesta en cuestión, sino que también porque opera una “desarticulación del ordenamiento ideológico y del sentido común” (1994:171) que se expresa en conversaciones donde se interroga o explica el comportamiento de ellos y de las demás personas.

Conclusión

Los argumentos que se han recorrido nos ayudaron a responder las inquietudes que surgieron cada vez que nuestros procedimientos experimentaban cambios, diversificaban los accesos a las novedosas realizaciones prácticas de los hechos sociales y contribuían a tomar conciencia de lo que hacíamos, especialmente cuando estábamos comprometidos en la práctica y luego como dando saltos de sentido, diría Schütz, retornábamos a la vida acostumbrada.

En el curso de los argumentos que describen esas modificaciones hay una frontera entre lo que llegamos a saber sobre las interacciones que producen conocimiento, en gran medida posibilitado por el uso en estudios anteriores de un repertorio teórico e instrumental sobre la vigilancia epistemológica, y nuestra ignorancia parcial sobre las metodologías que se desempeñan desde ahí como dispositivos dialógicos de larga duración, y que hemos nombrado como comunidades interpretativas, sujeto coproductor de conocimiento o grupo operativo. En lo que continúa proponemos una reflexión, a modo de puente, para conducir nuevas vivencias que nos ayuden a aprender sobre esas metodologías que, basadas en la convivencia, desarticulan el sentido común.

Esta referencia está dedicada a la experiencia de investigar, y remarcamos que su calidad está en las vivencias que tiene el científico social dentro de las interacciones de ese recorte de la realidad que llamamos el campo. En nuestro caso las más importantes fueron las que nos recomendaron que las expresiones de la vida que buscábamos conocer, no pueden ser inmediatamente comprendidas porque dicho proceso sucede cuando volvemos sobre esos asuntos con los resultados de su análisis y las ofrecemos, nuevamente, a los participantes que ayudaron a producirlas. En nuestro caso, los expertos y los dirigentes también realizaron el mismo ejercicio, especialmente cuando uno de ellos consideraba que lo que habíamos conversado presentaba errores o requería de nuevos datos porque él o ella había  conocido las modificaciones de las opiniones o había seguido el curso de los acontecimientos.

Es indudable que el ejercicio del derecho a participar en la elaboración del conocimiento expresa un temple, al menos de esta forma lo concebimos cuando revisamos esta situación leyendo a Dilthey, que conduce a los involucrados a elevar la conciencia sobre las unidades de todas las experiencias hacia un pensamiento conceptual encaminado a captar esa vida. Y una de sus expresiones fueron las representaciones que habitaban el lenguaje que usábamos para volver sobre ellas y aun cuando mostraban una diversidad de componentes fusionados, esa diversidad siempre estuvo limitada por juicios sobre la utilidad tanto de lo que los expertos y los dirigentes sabían para lograr el pan de cada día como por lo que se buscaba conocer, lo cual también nos permitió lograr nuestro sustento.

Con el pasar de los meses fuera del campo hemos advertido que progresivamente fuimos transitando desde el individualismo metódico hacia otra situación que reiteradamente llamamos comunidades interpretativas. Es decir, si bien nos introducimos en las relaciones fijando contratos entre individuos, específicamente cuando negociamos el rol del sociólogo y los expertos y el rol de los dirigentes como entrevistados, avanzamos hacia convivencias que funcionaron como sujetos colectivos.

Y, como hemos señalado en las secciones anteriores, en ese proceso no solo se puso en revisión las representaciones que arrastrábamos sobre el sector informal de la economía: al mismo tiempo se habían acrecentado las incertidumbres sobre el cumplimiento de los plazos que nos habíamos fijado en la planificación del diseño de investigación, porque esas convivencias lograban un tiempo social que se mostró independiente del tiempo cronológico que nosotros habíamos presupuesto, más aún, al desplegar las coexistencias en distintas comunidades interpretativas cada una contaba con su tiempo pero, y aquí lo fáctico, esas vidas estaban circunscritas por saberes prácticos e interacciones reglamentadas que definieron la saturación de lo que buscábamos.

Por ejemplo, en los integrantes de menor edad de los 56 “puestos”, los que habitualmente aparecían en los periodos de vacaciones de la “escuela” o del “liceo”, era común escuchar que ellos “ayudaban” a un familiar cuando los “acompañaban” el día domingo. Entonces fuimos ubicando a esos niños y jóvenes como acompañantes que, eventualmente, podían aprender a hacer esa forma de economía. Sin embargo, al incluirnos en sus conversaciones y observar sus “puestos”, nos dimos cuenta que su participación conllevaba el manejo de dinero, la atención de la relación de venta y otras prácticas habituales de la gestión comercial. Por tanto, la categoría “ayuda” era el nombre que esa comunidad de niños y jóvenes usaba para nombrar lo que los expertos y los dirigentes llamaban “trabajo”. Así, en la cultura económica urbana popular estudiada, todos se abocan a lograr el objetivo socialmente compartido: “ganarse la vida”. Al cabo de unos meses, nos encontramos con un funcionario de una escuela de la comuna de Huechuraba (Santiago de Chile) y le preguntamos por uno de esos niños, él nos señaló que su rendimiento académico era bueno, especialmente en matemáticas, y para explicar ese desempeño señaló: “porque le ayuda a su padre”. De este modo y sin preverlo, habíamos hecho una triangulación teórica y por fuente, las cuales volvía a reiterar que esa ruta de indagación estaba saturada.

En este avance de las conclusiones podríamos sostener, parafraseando a Gadamer, que habíamos ingresado en el acervo permanente y acreditado del conocimiento empírico de la economía de los expertos y los dirigentes, porque nos reportaba certezas en ese mundo histórico. Así, la experiencia que nos condujo hasta allí estuvo fundada en una realización técnica que ampliaba la posibilidad de volver con los resultados de la rememoración a un encuentro donde se escuchaban los planteamientos y se reflexionaba comunitariamente. Ahí estuvo la demarcación de las comunidades interpretativas con respecto a las otras interacciones que conformaron nuestro trabajo de campo.

Finalmente anunciamos que el uso de la vigilancia epistemológica emerge en esas relaciones que producen conocimiento, debido a que ahí el investigador social es develado en su ignorancia, recibe preguntas que lo obligan a seleccionar una parte de lo que ha hecho, se le propone salir de la actitud controlada de inspección para opinar sobre cómo se puede hacer de otra forma, se le intenta seducir, le aplican sarcasmos, en resumen: recibe invitaciones para convivir. Estas condiciones del contexto pragmático definen el conjunto de propiedades inherentes a la vigilancia epistemológica, y solo ahí se la usa como costumbre intelectual que ayuda a establecer nuevas representaciones de la vida, distintas a la que se portaban.

Agradecimientos

Este documento es un producto de la investigación “Las tecnologías sociales de las organizaciones económicas de medios sociales urbanos pobres. El caso de los cachureros y coleros de Huechuraba, Región Metropolitana, Chile”, financiado por FONDECYT Nº 11130329.

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Recibido el 15 Dic 2015

Aceptado el 4 Feb 2015

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Cinta de Moebio
Revista de Epistemología de Ciencias Sociales
ISSN 0717-554X