Cinta de Moebio: Revista de Epistemología de Ciencias Sociales

Laino, D. 2006. Socialización y subjetivación en los fundamentos del entendimiento. Cinta moebio 27: 314-322

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Socialización y subjetivación en los fundamentos del entendimiento

Socialization and subjectivation in its articulation with understanding

Dra. Dora Laino (dlucial@fibertel.com.ar) Programa de Postgrado en Clínica del Aprender Universidad Nacional de Córdoba (Argentina)

Abstract

The proposal of the work centers on pointing out some of the relationships between the concepts that refer to the processes of socialization and subjectivation in its articulation with the understanding. For this end, a brief reference to them is made from a multidisciplinary and transversal approach, which depicts contributions from psychology (Freud, Lacan, Piaget), philosophy (Habermas, Wittgenstein), sociology (Marx, Weber, Habermas) and anthropology (Mauss). Finally, a model is proposed, which tends to interpret this relationship from four analysis dimensions: subjectivity, intelligibility, sociability and corporality. The understanding of each subject is the result of a subtle combination in which these four dimensions intervene constituting their distinctive features.

Key words: socialization, subjectivation, understanding, corporality

Resumen

La propuesta del trabajo gira en torno a señalar algunas relaciones entre los conceptos que aluden a los procesos de socialización y de subjetivación en su articulación con el entendimiento. Para ello, se realiza una breve referencia a los mismos a partir de un enfoque multidisciplinario y transversal, que recoge aportes psicológicos (Freud, Lacan, Piaget), filosóficos (Habermas, Wittgenstein), sociológicos (Marx, Weber, Habermas) y antropológicos (Mauss). Finalmente, se propone un modelo interpretativo de estos aspectos implicados entre sí a partir de cuatro dimensiones de análisis: la subjetividad, la inteligibilidad, la sociabilidad y la corporalidad. El entendimiento de cada sujeto puede concebirse como el resultado de una sutil combinatoria en la que intervienen estas cuatro dimensiones constituyentes de sus rasgos distintivos.

Palabras clave: socialización, subjetivación, entendimiento, corporalidad.

Recibido el 10 Oct 2006

Aceptado el 23 Nov 2006

Introducción

El presente trabajo tiene como objetivo el estudio de relaciones posibles entre los procesos de socialización y subjetivación, entendiendo a cada uno de los mismos como un problema y un interrogante en lo que atañe a sus efectos en el entendimiento.

Así, nos proponemos indagar la forma en la que el sujeto, en su contingencia finita, transforma lo caótico y extraño en un orden objetivo de la realidad, lo que se considera en determinado enfoque un paradigma, convirtiendo ciertas ideas en saberes comunes de una sociedad. Por otro lado, consideramos a la subjetividad, y sus relaciones con la socialización, como un problema histórico, susceptible de distintas apreciaciones de acuerdo al tipo de conocimiento humano y perspectiva científica en determinadas épocas.

Por ejemplo, la sociedad contemporánea, llamada por algunos sociedad de riesgo, a veces brinda libertad para tomar decisiones singulares sin prever las consecuencias: inducidos por el mercado, los sujetos pueden desarrollar acciones que perturben ciclos naturales, como el cultivo y consumo indiscriminado de soja transgénica, o contribuir a aumentar el agujero en la capa de ozono, lo que conlleva riesgos no sólo en el plano ecológico sino también en la reproducción simbólica del mundo de la vida y en el funcionamiento del orden que lo sustenta.

Dada su complejidad, nos proponemos abordar esta problemática desde un punto de vista multidisciplinario, que ofrezca respuestas posibles desde diferentes disciplinas (psicología, filosofía, sociología, antropología) representadas por diferentes autores en su despliegue interpretativo. Así, nos interesa recoger los aportes de Freud, en particular el concepto de series complementarias, así como también las estructuras descriptas por Piaget como “inconsciente cognoscitivo”; el concepto de “acción dramatúrgica” de Goffman retomado por Habermas, que considera la socialización como una puesta en escena a partir de la cual se construye la identidad del sujeto; la idea de “lengua materna”, problematizada por Lacan y Wittgenstein, que ayuda a la comprensión y el establecimiento de los límites del mundo; la forma en que lo subjetivo es producto de lo social, dentro de los postulados de Durkheim y Marx, o los nuevos modelos de sujeto (o de su ausencia en el pensamiento contemporáneo) a partir de la lectura que filósofos contemporáneos han hecho de Nietzche.      Es así que este trabajo pretende plantear, aunque no resolver, una serie de interrogantes históricos que problematizan esta relación entre los dos términos: ¿en que medida lo social y lo subjetivo se determinan mutuamente? ¿Es el cuerpo, antiguo estandarte de una subjetividad, un producto social? ¿En que medida la subjetividad es un producto histórico? ¿Es posible el entendimiento de lo real?

Como correlato de las preguntas enunciadas, nuestro modelo de análisis se basa en cuatro dimensiones. La subjetividad, en primer lugar, constituida a partir de los rasgos distintivos que brinda la estructuración edípica descripta por Freud. La inteligibilidad, por otro lado, considerada como las estructuras cognoscentes definidas por Piaget más el acervo de saber acumulado por cada sujeto, dependiendo de la trayectoria de vida del mismo. La sociabilidad, en la que se constituyen los habitus en función de la pertenencia a un cierto mundo de la vida y, por último, la corporalidad, es decir: la forma en la que el cuerpo se construye como un constructo psico-social, a partir de determinados modelos (hay un cuerpo griego, un cuerpo indio, y, como vemos en la actualidad, un cuerpo estilizado que se moldea en los gimnasios y las clínicas de cirugía estética).

Una singular combinatoria

Desde nuestra posición, y en todos los casos, cabe pensar en una singular combinatoria operante.

En el transcurso de la trayectoria de vida, y tal como lo concibiera Freud en su formulación de las series complementarias, las inscripciones anteriores inciden sobre las situaciones de vida siguientes, las que, a su vez, dejarán nuevas inscripciones eficaces en la producción de efectos. Si bien la combinatoria de rasgos elementales propios de las diferentes dimensiones (subjetiva, social, corporal y cognoscente) continuará transformándose a lo largo de toda la trayectoria de vida -la que por otra parte tiene un tiempo finito y una particularización, de cada segmento de la misma, en función de su ubicación temporal en la secuencia total- las posibilidades de existencia de los diferentes rasgos elementales van quedando definidas por los registros previos que condicionan la combinatoria particular, es decir, la que se producirá en cada circunstancia.

Así, la energía ligada a las representaciones será una catexia que se actualizará tanto por la evocación particular de las referencias relativas a esas inscripciones, como por el contexto con nuevas combinaciones, dentro del cual tal actualización aparece como reminiscencia de representaciones asociadas. En el contexto actual, al menos en lo atinente al sujeto, inciden otras relaciones inactuales en el presente inmediato, pero, obviamente, inscriptas en huellas mnémicas y con significación en la historia vital. En esa historia, existieron otros sujetos agentes primordiales para la subjetivación y socialización del sujeto que produce actualmente estas acciones comunicativas (poniendo en juego sus esquemas y sus habitus), que son también dramatúrgicas en el sentido que le otorga a este término Habermas.

En efecto, a partir de formulaciones de Ervin Goffman, Habermas incorpora la noción de acción dramatúrgica en tanto autoescenificación referida a un público, con la que los actores se impresionan unos a otros. Los participantes en las interacciones actuales constituyen un público los unos para los otros, y según los supuestos operantes en cada uno, en función de su respectiva historia de vida personal. Es así como cada uno hace su presentación de sí mismo, ante ese público que imaginariamente reconstruye y con el que significa al actual.

El actor suscita en su público una cierta imagen, brinda impresiones sobre sí mismo, revelando su subjetividad a los otros. No se trata, en la mayoría de los casos, de un comportamiento expresivo espontáneo, sino de la expresión de vivencias expresadas como para producir cierta imagen de sí mismo en los otros. En cada situación, se pueden utilizar diferentes ingredientes como recursos, pero ello no implica que éstos respondan a decisiones conscientes ni que exista una conciencia clara respecto a su empleo por parte de los agentes que producen el intercambio comunicativo.

Desde nuestra perspectiva, sostenemos que cada ser humano nace en una estructura de relaciones sociales en la cual no puede elegir a los otros significativos que serán los responsables de implantar las primeras huellas mnémicas y que determinarán su subjetivación y su socialización, no sólo en los intercambios que sostienen con él en forma directa, también en las situaciones que generan y que inciden en el sujeto, en forma indirecta.

Las huellas mnémicas, inscriptas en función de esas relaciones intersubjetivas primordiales, luego se actualizan y se relacionan con nuevas huellas inscriptas en las sucesivas situaciones vividas dentro de un horizonte social, correspondiente al mundo de la vida al que pertenece el sujeto, y en el que se sitúan tanto los interlocutores con quienes se produjeron los procesos constitutivos iniciales, como aquéllos involucrados en intercambios posteriores. La identidad del sujeto se construye en un determinado espacio social, en ese mundo de la vida que comparte con sus otros significativos, en el que se ponen en juego ciertos habitus y no otros, ciertos esquemas de acción y no otros, ciertas identificaciones y no otras. La criatura humana recibe un nombre y se constituye como sujeto psíquico en una trama de relaciones inter-subjetivas, lingüísticas, sociales, y también intelectuales y corporales, que mediatizan un mundo de la vida del que está formando parte.

A la par de que se despliegan esas relaciones intersubjetivas, se construyen esquemas, habitus y huellas mnémicas que, en su combinatoria, singularizan los rasgos distintivos con los que se constituye el acervo de saber del sujeto, y se construyen sus formas de expresión, particularmente las del lenguaje como instrumento fundamental de mediación simbólica que va más allá de las acciones prácticas relativas a realidades presentes.

Piaget señala que así como en la formulación freudiana el sujeto es relativamente consciente de los resultados a que conducen sus catectizaciones libidinales, es inconsciente en cuanto a los mecanismos íntimos que explican tales procesos; de manera similar ocurre que “los resultados del desarrollo de las estructuras cognoscentes son relativamente conscientes en el sujeto, mientras que existe también inconsciencia de los mecanismos íntimos que conducen a esos resultados” (Piaget 1975:42). Por eso afirma que la estructura cognoscitiva no se reduce al contenido de su pensamiento consciente ya que éste es el que le impone ciertas formas en lugar de otras y que “el inconsciente cognoscitivo consiste en un conjunto de estructuras y de funcionamientos ignorados por el sujeto salvo en sus resultados” (Paiget 1975:43).

La continuidad del proceso de construcción de aspectos constituyentes del acervo de saber del sujeto, de la cultura y de las relaciones sociales, no requiere exclusivamente la inmediatez de objetos, personas y situaciones para continuar su marcha. Esa continuidad se producirá en el mundo de la vida compartido, en un comienzo de la vida y, por lo general, con los interlocutores significativos que fueron responsables tanto de su particular socialización, así como de su constitución como sujeto psíquico; y, luego, con otros sujetos con quienes se entablan acciones comunicativas. Ese mundo de la vida que será vivido como “el mundo propio”, con sus características particulares, quedará implicado en la socialización y en la constitución de la singularidad psíquica del sujeto. El mundo de la vida, naturalmente, tiene modificaciones en el tiempo, entre las que se encuentran las variaciones en las relaciones entabladas entre los integrantes del grupo de pertenencia, su ausencia o la llegada de nuevos integrantes. Es por ello, entre otras razones, que no son iguales las condiciones en las que se socializa cada integrante del mismo grupo de pertenencia en el que se produjo la socialización y la subjetivación del sujeto agente.

El sutil entrelazamiento de los esquemas de acción (que se coordinan y se diferencian), su vinculación con los habitus sociales (estructurados y estructurantes) y con las características identificatorias del sujeto en su subjetividad, permanentemente afectada por el despliegue de intercambios intersubjetivos diversos, tiene relación con la forma en la que se producen las acciones comunicativas.

La lengua materna en la que se desarrolla la subjetivación y la socialización, llamada por Lacan “lalengua”, es la que dejará una impronta identificatoria que estará asociada al mundo de la vida y su horizonte. Wittgenstein sostenía el criterio de que los límites del mundo de cada sujeto agente eran los límites de su lenguaje. La lengua materna, también dijimos, determina aspectos como la estructuración subjetiva del sujeto. Para pensar en ello podemos valernos, aunque sólo constituya un ejemplo aproximado, del tema de la traducción poética. Como se sabe, siempre se ha dicho que “el traductor traiciona”, y ello es mucho más notable en el caso de la poesía. En ese caso, nos encontramos con producciones estético-expresivas que producen efectos subjetivos en los lectores. El aspecto expresivo está íntimamente vinculado con las características subjetivas de los enunciadores. Y así como la obra de un poeta no se lee de la misma manera cuando es traducida, la expresión subjetiva de un sujeto no puede ser interpretada y comprendida, con las mismas posibilidades, cuando la aproximación del intérprete se hace desde otra lengua. Como la lengua no se reduce simplemente a un léxico, aparecen tantas distorsiones, también, en las traducciones automáticas, realizadas por programas de computación, por cuanto no se puede homogeneizar, a partir de la puesta en juego de algoritmos generales, la expresión subjetiva espontánea de un sujeto. La expresión de cada sujeto agente reflejará sus habitus lingüísticos (vinculados al mundo de la vida en el que se socializó), su subjetividad (dada su estructuración psíquica), sus posibilidades cognoscentes (tanto en lo referido a acervo de saber como a la estructuración cognoscente de su enunciación), e incluso su habla (como dicción) o su escritura (como realización gráfica), que quedarán incididos por la estructuración de su corporalidad, manifestándose, en ocasiones, en dislalias y/o disgrafías.

En los trabajos de Marcel Mauss (1971) (comentados por Lévi-Strauss en la Introducción que redacta para el libro en el que éstos se recopilaron: Sociología y Antropología), aparece claramente la inquietud de relacionar explícitamente lo social con lo individual, así como lo físico (o fisiológico) con lo psíquico. Mauss proponía considerar la relación constante entre los fenómenos, relación en la que reside su explicación.

Las posibilidades corporales varían según los grupos de pertenencia. Las capacidades de excitabilidad, los límites de la resistencia difieren en cada cultura. Es así como los esfuerzos, realizables o no, dependen de los sistemas de creencias del grupo social al cual pertenezcan los sujetos, debido a las convicciones del grupo que sanciona por aprobación o desaprobación las acciones de los sujetos agentes. Cada técnica corporal, cada comportamiento físico transmitido por tradición y aprendido, depende de ciertas sinergias nerviosas y musculares que constituyen sistemas vinculados a las expectativas del mundo de la vida en el que se socializan los sujetos. Y esto es así tanto en los logros gimnásticos como en las técnicas de respiración (como las chinas e hindúes).

Vemos así cómo las convicciones del grupo, ya sean valores o creencias compartidas de diferentes características, inciden en la constitución corporal. En la actualidad, estamos viviendo como fenómeno epocal la búsqueda desesperada de la delgadez asociada con múltiples situaciones de anorexia, así como la proliferación de los gimnasios y otros establecimientos de modelación del cuerpo, además del aumento de las cirugías plásticas de todo tipo. Éstas son sólo algunas manifestaciones más visibles de cómo las creencias intervienen en la constitución de los rasgos corporales, identificatorios de los sujetos agentes pertenecientes a un determinado campo social. No obstante, lo señalado por Marcel Mauss corresponde a todas las épocas históricas, como fenómeno específico de las sociedades humanas. En el plano de los sujetos individuales, los rasgos distintivos de la subjetividad se articulan con los de la corporalidad, con los de la socialización respectiva y con los específicamente cognoscentes, dando por resultado las particularidades del singular entendimiento de cada sujeto/agente.

Un modelo de análisis

La idea de considerar a los conceptos como organizadores de la lectura interpretativa que se propone (de los rasgos distintivos que analizamos) no implica emplearlos cancelando los aspectos históricos o procesuales. Si bien el conocimiento que propiciamos construir en cada situación analizada es una construcción compleja, a partir de distintas dimensiones, pondremos en juego aquellos conceptos indispensables para implementar un modelo de análisis de los rasgos distintivos del entendimiento alcanzado por un sujeto agente en un momento de su trayectoria de vida.

De ello se deriva que interpretar será dar cuenta, o al menos aproximarse, al establecimiento de las condiciones constitutivas del entendimiento alcanzado por un sujeto agente en un cierto contexto situacional y en un momento particular de su historia de vida. No se puede llegar a dar cuenta de la particularidad de la inteligibilidad alcanzada por un sujeto si no se hace explícito su proceso de constitución, en función de ciertos rasgos distintivos que lo identifican en su singularidad.

Por otra parte, tal vez sea necesario insistir en que esa singularidad de los rasgos distintivos evidenciados también se vincula a transformaciones históricas y estructurales que intervinieron en el proceso de su constitución en una determinada sociedad. La oposición entre individuo y sociedad es una consecuencia de concepciones que aún continúan vigentes en el saber dóxico de la vida cotidiana, y en elaboraciones filosóficas y de las ciencias sociales, desde las que se realizan diversidad de apreciaciones e intervenciones.

Autores ingleses como John Stuart Mill defendieron el individualismo tanto en planteos filosóficos, como en políticos y económicos, y como en los referidos a la lógica de las ciencias sociales y sus derivaciones metodológicas. Los trabajos de Durkheim sobre el “hecho social” y los de Weber sobre la “acción social” representaron, luego tradiciones o paradigmas diferenciados a los que adscribieron muchos pensadores posteriores. Así, Durkheim se enfrentó decididamente al individualismo del autor inglés Herbert Spencer, quien sostenía “la ley de la evolución”. Durkheim, por el contrario, afirmaba que el individuo es un producto de la sociedad, y la sociología es el estudio de las instituciones entendidas como creencias y formas de actuar, pensar y sentir establecidas socialmente. Es así como las estructuras sociales preexistentes al sujeto obligan a éste a cumplir las normas vigentes en su sociedad.

Por su parte, Weber destacará la acción social, como acción con sentido; este autor rescatará el aspecto subjetivo sin abandonar por ello las consideraciones macrosociales. Definirá la clase social no por la posesión de los medios de producción, como hacía Marx, sino por la posición ocupada en el mercado, ya sea el de la tierra, el del dinero, el del crédito, en donde la clase dominante se asegura el monopolio de algún mercado lucrativo. Para Weber existen, y hay que tener en cuenta, además, los grupos de estatus que compiten por prestigio, en un terreno que ya no es económico sino cultural. Por otra parte, los grupos de interés y los grupos políticos no pueden ser equiparados ni reducidos a los económicos o de estatus. El análisis del Estado lo lleva a elaborar una teoría de la burocracia y una sociología de las organizaciones en donde el tema de la autoridad y el de la legitimidad cobran relevancia.

Como se puede apreciar, la concepción elaborada por Weber ha tenido gran influencia en notables pensadores del campo sociológico tales como Bourdieu, en Francia, y Habermas, en Alemania. Ambos consideran, además, al sujeto agente que despliega acciones en el campo social desde la lectura, que también comparten, de la obra de Freud. Es a partir de la obra de Freud que la categoría sujeto queda subvertida, como afirmó Lacan. ¿Cuál es el sujeto que subvierte el psicoanálisis por fundar el inconsciente, es decir, por el inconsciente freudiano? El sujeto subvertido es el sujeto de la concepción clásica de la filosofía de la conciencia. El sujeto se nos da como un individuo que forma parte siempre de un conjunto de sujetos vinculados (una familia, una clase, una generación, etc.). Todo sujeto agente pertenece a la especie “humana”, pero tenemos culturas, épocas, tradiciones, escuelas, en donde se lo concibe de cierta forma en particular.

La teoría del conocimiento clásica, en general, parte de la presuposición del sujeto y el objeto, en tanto no construidos, sino dados. Lacan recurre a un juego de palabras: connai-ssance, co-naissance, co-nacimiento de ambos. Supuesta la connaturalidad, el conocimiento aparece definido por una relación de hecho entre el objeto y el sujeto. La relación sujeto-objeto preexiste; no aparece construida, sino descripta. Algo muy diferente se planteará desde el psicoanálisis.

Los procesos de constitución de la estructura psíquica, desde la manera en que el sujeto resuelve el Edipo a partir de la particular relación entablada con quienes cumplen las funciones materna y paterna, hasta la construcción mítica que se genera en la familia o la imagen de sí que obtiene, en la devolución de la mirada de sus otros significativos, definirán los rasgos distintivos de cada sujeto.

Insistamos aún sobre la categoría sujeto en el campo de la filosofía. Se trata de una categoría que ha tenido centralidad en la filosofía moderna. Con Descartes, la tradicional pregunta previa por el ente cambia por el fundamento de la verdad y establece, para no dudar y encontrar algo seguro como fundamento, basarse en el COGITO ERGO SUM.

Con la Revolución Francesa, aparecerá la vinculación entre la subjetividad y la objetividad comunitaria, a través de la eticidad. Comienzan, entonces, a ponerse de relieve las condiciones sociales e históricas de las trayectorias de vida de los seres humanos. Más tarde, será Marx quien subrayará que la sociedad es constitutiva para el sujeto, que la conciencia está determinada por el ser social y que la mirada científica debe dirigirse a los seres humanos reales y concretos y no pensar en un sujeto normativo desprendido de la sociedad y de la historia. Sin embargo, el sujeto será ahora la personificación de categorías económicas portadoras de determinadas relaciones e intereses de clases; ya no es más un centro unitario y estable, sede de su voluntad e interés. Tampoco lo será, como decíamos más arriba, desde la concepción freudiana de un sujeto escindido.

Ambos, Marx y Freud, sostienen un descentramiento del sujeto; pero la postulación que irá más allá llegando a proponer la anulación del sujeto aparecerá en filosofías como las de Nietzsche, Foucault, Derrida y otros autores deconstructivistas. No será la alternativa elegida por Lacan, quien, si bien critica al puro sujeto independiente con capacidad de apropiación reflexiva de su condición objetiva, está muy lejos de defender posturas irracionales, es decir, que dejen a un lado por completo la racionalidad y supriman la categoría sujeto. Por el contrario, tratará el tema del sujeto más que el mismo Freud, para quien no constituyó un tema sobre el que teorizara en particular. El autor del psicoanálisis se refería al yo más que al sujeto.

En la actualidad, cabe reflexionar sobre la rehabilitación y/o reconstrucción de la subjetividad como tema central a tener en cuenta en nuestro momento histórico, tendencia que se ve aparecer en obras como la de Slavoj Zizek quien sostiene una interpretación lacaniana (y hegeliana) para aproximarse al sujeto y a la consideración de la ideología. La subjetividad reaparece en la postulación de un sujeto que, si bien ya no es independiente, o autosuficiente, no puede dejar de tenerse en cuenta y mucho menos cuando, dentro del campo de las ciencias sociales, se le otorga relevancia al entendimiento intersubjetivo, social y comunicativo, como es nuestra perspectiva.

El campo académico en particular y educativo en general es ocupado por diferentes sujetos agentes que se relacionan en función de sus convicciones de fondo, su acervo de saberes, sus interrogantes, sus fantasmas y, también, sus capitales diversos. No fueron como son ahora desde el comienzo de sus trayectorias, ni seguramente seguirán siendo, siempre, del mismo modo. Son, a diferencia de los vegetales y los animales, para quienes no se plantea la cuestión de la verdad, objetos de consideración para sí mismos. Podemos suponer que esa consideración, que pueden tener hacia sí mismos, comenzó a partir de otros sujetos agentes que los asistieron en los primeros momentos de su trayectoria de vida, en donde comenzaron relaciones intersubjetivas e identificatorias, tanto en términos de identificaciones imaginarias como simbólicas, a través de las cuales el sujeto se integró en el campo social y simbólico constituido por su mundo de la vida.

Desde nuestro punto de vista, en lo referido al sujeto del entendimiento, se trata de tener en cuenta dos perspectivas simultáneas de consideración a partir de cuatro dimensiones de análisis:

1) La perspectiva histórico-constructiva (diacrónica)

a) de la subjetividad (particularidad de los rasgos distintivos del sujeto psíquico a partir de su estructuración edípica y de un proceso identificatorio en proceso);

b) de la inteligibilidad (disponibilidad de los esquemas operativos y de cierto acervo de saber);

c) de la sociabilidad (constitución de las disposiciones sociales o habitus como sistemas abiertos construidos en un mundo de la vida);

d) de la corporalidad (constitución dinámica de las disposiciones corporales para la acción y la comunicación).

2) La perspectiva relacional-estructural de cada una de estas dimensiones, en sí misma y articulada con las otras, a partir del posicionamiento de cada sujeto agente, en un campo de relaciones, en función del volumen y la estructura del capital global construido, de los rasgos distintivos identificatorios de su subjetividad, de su acervo de saber, de la estructuras cognoscentes, de su corporalidad y de la singular combinatoria del entendimiento alcanzado en cada circunstancia.

La perspectiva histórico constructiva de la subjetividad se refiere a la constitución de los rasgos distintivos del sujeto psíquico, en función de la estructuración edípica. Desde la psicopatología psicoanalítica, se ha planteado esta constitución diferenciada, del aparato psíquico de cada sujeto, a partir de la estructuración producida por las relaciones con los otros primordiales en la trama edípica, que puede derivar en una amplia gama de posibilidades que va desde el autismo y la psicosis, las psicopatías y perversiones, hasta las neurosis histéricas, obsesivas o fóbicas.

Aun quienes se consideran poseedores de una salud mental equilibrada son portadores de rasgos en los que pueden predominar características maníaco-depresivas, paranoides o propias de una neurosis de angustia. Todos los seres humanos se distinguen por estas particularidades, que los acercan a modalidades esquizoides, prepsicóticas, neurasténicas o las que hayan quedado como rasgos singulares de su constitución psíquica, como consecuencia de los intercambios intersubjetivos e identificatorios que otros significativos mantuvieron con él, desde el comienzo y a lo largo de diferentes tramos de su vida. La formación psicoanalítica permitirá hacer las interpretaciones que aproximen al conocimiento de estos rasgos distintivos, no sólo en términos diagnósticos sino fundamentalmente en un sentido procesual, en cuanto al respeto a las posibilidades de intercambio comunicativo y de realizaciones constructivas de cada sujeto en su singularidad.

La perspectiva histórico-constructiva de la inteligibilidad se refiere a la constitución de los esquemas operativos (o estructuras cognoscentes), definidos desde la psicología genética de Piaget, y al acervo de saber acumulado por cada sujeto en función del mundo de la vida del que proviene y de su trayectoria de vida. Las estructuras son universales, pero los conocimientos construidos por cada sujeto dependen del mundo de la vida en el que está situado. Un productor agropecuario puede contar con las mismas estructuras cognoscentes que un artesano, o que un comerciante capitalino, pero el acervo de saber acumulado será diferente en cada uno de ellos, dado que pertenecen a diferentes mundos de la vida. Por otra parte, ese acervo de saber irá variando según el trayecto de vida realizado, razón por la cual corresponde tenerlo en cuenta en la apreciación de las posibilidades de los escolares.

Los aspectos estructurales de la inteligibilidad fueron definidos por Piaget sin ningún carácter evolutivo en su formulación. Por el contrario, el hecho de construir la estructura práctica de desplazamientos, el agrupamiento o la combinatoria con el grupo cuaternario INRC, siempre fue planteado como dependiendo de la historia psicológica de cada sujeto.

A la dimensión de la sociabilidad, como constitución de las disposiciones sociales o habitus, corresponde vincularla al mundo de la vida en el que se produce la socialización del sujeto agente y al momento de su trayectoria de vida. Los habitus, como sistemas de apreciación y de acción social, en su carácter de estructuras estructurantes, implican una concepción de lo social que no puede concebirse como un telón de fondo que el sujeto puede abandonar para situarse en otro escenario. Por el contrario, se trata de “lo social hecho cuerpo”, algo que particulariza las formas de acción social del sujeto, en términos de rasgos identificatorios vinculados al volumen y la estructura del capital global construido en su trayectoria de vida. A partir del mundo de la vida y de los habitus cabe considerar la posibilidad de cada sujeto agente de compartir, o no, la illusio que impulsa las acciones en un cierto campo social.

La corporalidad, como constitución de las disposiciones físicas para la acción y la comunicación, se refiere a la hexis corporal (Bourdieu) como al característico empleo del cuerpo que hace cada sujeto agente en sus diferentes realizaciones e intercambios intersubjetivos y sociales. Es una dimensión que rara vez es considerada explícitamente en las prácticas educativas pero que, dado que participa en la singularidad identificatoria de cada sujeto agente, corresponde incluirla como dimensión de análisis a tener en cuenta respecto a las posibilidades actuales y futuras de los sujetos escolares.

Esta corporalidad, entendida como diferente al organismo, se verá afectada por las particularidades vinculadas a la subjetividad (como ejemplo cabe señalar sus manifestaciones diferentes en un sujeto deprimido y en otro maníaco, en uno que se siente gratificado u omnipotente y en otro angustiado, etc.). También, sus disposiciones dependerán de la socialización que cada sujeto agente haya tenido en su trayectoria personal y en su mundo de la vida. La corporalidad del concertista de piano, obviamente, difiere de la del boxeador; pero, en el ejemplo, adquieren mayor visibilidad rasgos corporales que están, siempre presentes, en la singularidad identificatoria de cada sujeto agente. Tal como lo expresara Michel de Certeau: “Lo que forma el cuerpo es una simbolización sociohistórica característica de cada grupo. Hay un cuerpo griego, un cuerpo indio, un cuerpo occidental moderno (habría todavía muchas subdivisiones). No son idénticos. Tampoco son estables, pues hay lentas mutaciones de un símbolo al otro. Cada uno de ellos puede definirse como un teatro de operaciones: dividido de acuerdo con los marcos de referencia de una sociedad, provee un escenario de las acciones que esta sociedad privilegia: maneras de mantenerse, hablar, bañarse, hacer el amor, etcétera. Otras acciones son toleradas, pero se consideran marginales. En una palabra, cada sociedad tiene -su cuerpo-, igual que su lengua, constituida por un sistema más o menos refinado de opciones entre un conjunto innumerable de posibilidades fonéticas, léxicas y sintácticas. Al igual que una lengua, este cuerpo está sometido a una administración social. Obedece a reglas, rituales de interacción y escenificaciones cotidianas” (1).

En consecuencia, podemos hablar de rasgos subjetivos, sociales, intelectuales y corporales que, si bien pueden concebirse como universales en la definición conceptual que hacemos de ellos, en su combinatoria producen una singularización identificatoria de cada sujeto agente, en términos de rasgos distintivos de su entendimiento, comparables, metafóricamente y salvando las distancias de todo tipo, a las huellas digitales empleadas para los documentos de identificación personal. Si bien ya no se trata de una característica objetivable por aplicar tinta y dejar una huella en el papel, pueden llegar a inferirse a partir de ciertos indicadores que permiten la interpretación correspondiente.

Por otra parte, cabe insistir en la permanente relación de cada una de las dimensiones consideradas con todas y cada una de las otras, en una diacronía procesual que ofrece, como una imagen de caleidoscopio, en cada momento de la trayectoria de vida del sujeto, una estructuración diferente. Es así como el ejercicio que el profesor de educación física explica a sus alumnos, en una situación de clase, puede ser comprendido por algunos pero no por otros. Puede intervenir, en un circunstancial entendimiento alterado, la subjetividad afectada por el pudor en una niña obesa, la dificultad por no contar con disposiciones corporales que permitan asimilar el mensaje y realizar la acción para un niño diminuto e hipotónico, o la inteligibilidad opacada por la inhibición y por la ausencia de experiencias previas similares en su socialización, en el recién llegado a este espacio escolar.

En muchas oportunidades, la comprensión de la existencia de estos rasgos distintivos, analizables desde las cuatro dimensiones propuestas, tanto en sí mismas desde una perspectiva histórico-constructiva, como en su interrelación permanente, desde una perspectiva relacional-estructural, puede aumentar las posibilidades de establecer un intercambio comunicativo respetuoso de la singularidad de cada ser humano. Asimismo, puede permitir el desarrollo de intervenciones profesionales en situaciones grupales, de tipo escolar, que así lo requieren. Pero, en primer lugar, se trata de construir conocimientos desde una propuesta interpretativa distante del paradigma basado en una razón instrumental, sobre el modelo “sujeto observa objeto”, que en el campo de una psicosociología de los procesos cognoscentes no resulta fecundo.

La concepción positivista, instalada en la formación de los educadores, privilegia dicho modelo “sujeto-observa-objeto”, típico de la tradición anglosajona. Tal como lo plantea Habermas: no son las percepciones sino los argumentos los que pueden llevar a reconocer la legitimidad de una enunciación, de su pretensión de validez. Se trata, además, de abandonar el concepto de verdad como evidencia. Criterio sostenido por Bachelard, al objetar la postura del empirismo por reducir el acto científico a la sola comprobación; sostenía al respecto que el hecho científico se conquista, se construye, y finalmente se comprueba.

Para Habermas, el otro nos sale al encuentro en su corporalidad, pero los sujetos se mueven en el plano de la intersubjetividad y tienen que emprender un cambio de perspectiva para no aprehender al otro como alter ego sino como ingrediente de la naturaleza objetiva, es decir, como un cuerpo observable, tal como lo puede requerir la mirada médica. Las concepciones empirio/positivistas, vigentes en la formación de algunos docentes, también favorecen la actitud de considerar al otro como una naturaleza objetiva, así como desarrollar las comunicaciones unidireccionales. Esto promueve la ausencia de illusio en los escolares, las acciones “como si” se aprendiera y “como si” se enseñara.

Por otra parte, en los fundamentos de diversos programas educativos encontramos hoy las propuestas cognitivistas que toman como modelo a la computadora. La computadora moderna es el Golem actual, es el sirviente que se utiliza para hacer una enorme cantidad de tareas aprovechando la instrumentación brindada por una máquina, una máquina causal determinista que, en cierto modo, sigue siendo como una palanca: hace lo que uno le indica que haga.

El campo educativo se ocupa de la reproducción simbólica del mundo de la vida y pensamos que se beneficiaría si, en la formación de los docentes, se procurara incluir la articulación de los aspectos sociales, subjetivos, cognoscentes y corporales, promoviendo con ello el despliegue de acciones comunicativas superadoras del modelo “sujeto observa objeto” e impulsando intercambios intersubjetivos favorecedores de la construcción de un acervo de saber del que se pueda disponer en cualquier situación y no, solamente, dentro del escenario escolar.

Nota

(1) Entrevista con Michel de Certeau, Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior.

Bibliografía

Mauss, M. 1971. Sociología y Antropología. Madrid: Tecnos.

Piaget, J. 1975. Problemas de Psicología Genética. Barcelona: Ariel.

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