Cinta de Moebio: Revista de Epistemología de Ciencias Sociales Rizo, M. 2006. George Simmel, sociabilidad e interacción. Aportes a la ciencia de la comunicación. Cinta moebio 27: 266-283 George Simmel, sociabilidad e interacción. Aportes a la ciencia de la comunicación George Simmel, socialization and interaction Dra. Marta Rizo García (mrizog@yahoo.com) Grupo hacia una Comunicología Posible Universidad Autónoma de la Ciudad de México (México) Abstract Within the proposal of the Group towards a Possible Communicology (GUCOM), the interaction is considered like the communicologycal dimension that recovers in greater measurement the original sense of the term communication. On the other hand, Phenomenological Sociology -with Schütz, Berger and Luckmann to the front- and Social Psychology -with the proposals of the Symbolic Interactionism, Cognitive Psychology and the Social Representations of Moscovici- constitute two of the scientific historical sources with smaller presence in the communication field. Although George Simmel cannot strictly be located within these sources of knowledge, we considered that his work constitutes a complete proposal to understand interaction like foundation of the social relations. In this tenor, the present article has as intention to review the work of Simmel from this specific approach: Communicology. It is not only tried to review what said Simmel about the interaction, but that going beyond, we will try to see what of everything what said the author on this dimension of the Communicology can help to make complex the understanding of the term interaction and, therefore, communication. The article is divided in three parts. In the first place some majorities are exposed on the concept of interaction and its relation with the communication, from a specific approach that it retakes, fundamentally, the contributions of Phenomenological Sociology and Social Psychology. Next the simmelian reading around the interaction is reviewed with thoroughness. And we concluded with a reflective note that tries to give account of the heuristic potential of this author, little recognized in the field of the communication. Key Words: George Simmel, communication, interaction, communicology, sociology. Resumen Dentro de la propuesta del Grupo hacia una Comunicología Posible, la interacción es considerada como la dimensión comunicológica que recupera en mayor medida el sentido originario del término comunicación. Por otra parte, la Sociología Fenomenológica -con Schütz, Berger y Luckmann al frente- y la Psicología Social -con las propuestas del interaccionismo simbólico, la psicología cognitiva y las representaciones sociales de Moscovici- constituyen dos de las fuentes científicas históricas con menor presencia en el campo académico de la comunicación. Aunque George Simmel no puede ser ubicado estrictamente dentro de estas fuentes de conocimiento, consideramos que su obra constituye una propuesta holística para comprender a la interacción como fundamento de las relaciones sociales. En este tenor, el presente artículo tiene como propósito revisar la obra de Simmel desde este enfoque específico: la Comunicología. No se trata sólo de revisar qué dijo Simmel acerca de la interacción, sino que yendo más allá, trataremos de ver qué de lo que dijo el autor sobre esta dimensión de la comunicología puede ayudar a complejizar la comprensión del término interacción y, por ende, comunicación. El artículo está dividido en tres partes. En primer lugar se exponen algunas generalidades sobre el concepto de interacción y su relación con la comunicación, desde un enfoque que retoma fundamentalmente las aportaciones de la Sociología Fenomenológica y la Psicología Social. A continuación se revisa con detenimiento la lectura simmeliana en torno a la interacción. Y concluimos con un apunte reflexivo que pretende dar cuenta del potencial heurístico de este autor, poco reconocido en el campo de la comunicación. Palabras clave: George Simmel, comunicación, interacción, comunicología, sociología. Recibido el 12 Oct 2006 Aceptado el 20 Nov 2006 Introducción: Hacia una concepción psicosocial y fenomenológica de la comunicación y la interacción Para la propuesta del Grupo Hacia una Comunicología Posible (GUCOM) (1), la interacción “consiste en la comprensión y estudio de la figura de los sistemas de comunicación. Es decir la vida comprendida, percibida y vivida como relaciones que se mueven, mueven y son movidas por su acción recíproca, y con otras relaciones. Cercana de la Sociología Fenomenológica, de la Cibernética, de la Psicología Social” (Galindo 2005: 557-558). Como se puede observar, es hipótesis de trabajo del GUCOM la exploración de la Sociología Fenomenológica y la Psicología Social para la conceptualización de la interacción. Abordar la interacción desde la Sociología Fenomenológica implica, fundamentalmente, una aproximación al concepto de intersubjetividad. Es con relación a este concepto que podemos tratar de abordar los juicios que sobre la comunicación se propusieron desde esta fuente científica histórica de la comunicología. En la mayoría de casos, la comunicación aparece vinculada a los conceptos de acción e intersubjetividad. A continuación se exponen los juicios básicos de la Sociología Fenomenológica en torno a la interacción y la comunicación: 1) La comunicación es un fenómeno exclusivo del mundo de la vida cotidiana. 2) La naturaleza de la intersubjetividad es el vínculo o comunicación entre semejantes. 3) La posibilidad de comprender a los otros está fundamentada en relaciones de mutuo entendimiento, para lo cual es necesario que exista un ambiente común comunicativo (2). 4) Para comprender las acciones de los otros no sólo es necesario conocer la materialidad de los mensajes que están siendo comunicados, sino también comprender a quien los está emitiendo. 5) La comunicación es el medio por el cual los sujetos superan su experiencia de la trascendencia de los otros, especialmente sus experiencias del mundo. Por medio de los signos, el proceso comunicativo permite a los sujetos ser conscientes de los pensamientos de los otros (3). 6) Para que la comunicación sea posible no es sólo necesario que los sujetos compartan un mundo, sino que tienen que ser capaces de comprender este mundo de una forma similar a como el otro lo comprende. 7) Sólo son comunicativas las acciones que intentan transmitir un determinado significado (4). Los enunciados anteriores dan lugar a la definición básica de comunicación que elaboró Schütz. Para el autor, la comunicación no es sólo un sistema semántico, sobre todo es un proceso que implica un “compartir el flujo de las experiencias del otro en el tiempo interior, este vivir a través de un presente común que constituye la experiencia del ‘nosotros’, que es el fundamento de toda comunicación posible” (Schütz 1964:173). La comunicación es una acción que se dirige siempre a otro. Es por ello que la comunicación sólo puede darse en el marco del mundo de la vida cotidiana. La acción no sólo comunica mensajes, sino que es en ella misma significativa. La comunicación puede ser definida como una doble acción, ya que consta de dos elementos: una parte de expresión que el otro tiene que interpretar; y la efectiva interpretación de lo expresado por parte de ese otro. Sólo puede ser concebida, por tanto, si se cuenta con un “tú” al que dirigir nuestros actos expresivos con el fin de que sean interpretados. Para la Sociología Fenomenológica, el individuo es un actor social que reproduce su contexto social a partir de sus interacciones cotidianas. La reflexión se centra en las relaciones intersubjetivas, bajo el ángulo de la interacción, y se otorga un rol relevante a los elementos de negociación y de comunicación en la construcción social de los referentes de sentido que posibilitan el diálogo, negociación y/o conflicto en cualquier encuentro o situación de interacción humana. Abordar la interacción desde la Sociología Fenomenológica implica, por tanto, hablar de la relación entre el yo y el otro. Esta relación dialéctica no se inscribe en la reflexión de corte más antropológico de la construcción de identidades y alteridades, sino que más bien se toma como punto de partida para la construcción social de la realidad. En concreto, esta dialéctica se sitúa en el debate en torno a la intersubjetividad como principio básico del mundo social. Como afirma Schütz: “al vivir en el mundo, vivimos con otros y para otros, y orientamos nuestras vidas hacia ellos. Al vivenciarlos como otros, como contemporáneos y congéneres, como predecesores y sucesores, al unirnos con ellos en la actividad y el trabajo común, influyendo sobre ellos y recibiendo a nuestra vez su influencia, al hacer todas estas cosas, comprendemos la conducta de los otros y suponemos que ellos comprenden la nuestra” (Schütz 1979:39). La interacción en el mundo se da, por tanto, en el plano de la intersubjetividad, lo cual implica la cualidad de las personas de ver y oír fenomenológicamente. Estas acciones constituyen las dos formas de relación por excelencia con el mundo. Y el habla, como principal canal de comunicación, es consecuencia de ellas. Es a partir del ver y el oír que se forma el sentido, desarrollado a través de los diálogos y las interacciones. Ello se explica por el hecho que la interpretación de lo social, en términos colectivos, tiene como telón de fondo a las influencias que las acciones de las personas tienen en los demás. Por todo ello, se puede decir que la interacción -y la comunicación como su materia prima- instituye la realidad social, le da forma, le otorga sentidos compartidos a nivel de los objetos (dimensión referencial); a nivel de las relaciones entre los hablantes (dimensión interreferencial); y a nivel de la construcción del propio sujeto en tanto individuo social (dimensión autorreferencial) (Vizer 2003:191). Estos tres niveles se ponen de manifiesto en toda situación comunicativa: en cualquier situación se habla de algo, se establecen relaciones entre quienes están hablando, y la personalidad de éstos tiene fuertes implicaciones en la relación de interacción dada. Interactuar y percibir son dos actividades que van estrechamente ligadas. Sin ellas, el sujeto social no existe. Así lo consideran Berger y Luckmann en la siguiente afirmación: “No puedo existir en la vida cotidiana sin interactuar y comunicarme continuamente con otros. Sé que otros también aceptan las objetivaciones por las cuales este mundo ser ordena, que también ellos organizan este mundo en torno de aquí y ahora, de su estar en él, y se proponen actuar en él. También sé que los otros tienen de ese mundo común una perspectiva que no es idéntica a la mía. Mi aquí es su allí (…) A pesar de eso, sé que vivo en un mundo que nos es común. Y, lo que es de suma importancia, sé que hay una correspondencia entre mis significados y sus significados en este mundo” (Berger y Luckmann 1993:40-41). La creación del consenso en torno a los significados de la realidad social es resultado de las interacciones de las que participan los sujetos en la vida cotidiana. De ahí que el mundo de la cotidianidad sólo sea posible si existe un universo simbólico de sentidos compartidos, construidos socialmente, y que permiten la interacción entre subjetividades diferentes. Xirau sintetiza esta idea: “Cuando percibo a ‘otro’ lo percibo como un ser encarnado, como un ser que vive en su cuerpo, es decir, como un ser semejante al mío, que actúa de manera semejante a como actúo y que piensa de manera semejante a la manera en que pienso” (Xirau 2002:436-437). En conclusión, para la Sociología Fenomenológica la subjetividad está inevitablemente presente en cualquier acto de comunicación, pues éste parte de las perspectivas divergentes de los participantes en el acto. Sin interacción no existen los sujetos sociales, dado que la construcción de sentidos compartidos sobre la realidad social requiere, inevitablemente, de la interacción. Por su parte, desde la Psicología Social, la interacción es escenario de la comunicación, y a la inversa. No existe una sin la otra. En el proceso de comunicación los sujetos proyectan sus subjetividades y modelos del mundo, interactúan desde sus lugares de construcción de sentido. En términos muy generales, la interacción puede ser comprendida como “el intercambio y la negociación del sentido entre dos o más participantes situados en contextos sociales” (O’Sullivan 1997:196). Otra definición, igualmente general, apunta que “en la interacción social, el acento está puesto en la comunicación y la reciprocidad entre quienes promulgan, utilizan y construyen los códigos y las reglas” (O’Sullivan 1997:196). Ambas definiciones ponen de manifiesto que sólo hay interacción social si hay una reciprocidad observable por parte de otros. Desde la propuesta del GUCOM, la interacción es definida como el “corazón de la comunicología” (Galindo 2004), y en un sentido más específico, se la define como la relación entre sistemas de comunicación, para diferenciarla de los sistemas de información o medios de difusión. Generalmente se asocia el término interacción al de comunicación interpersonal, a las relaciones de comunicación en situación de co-presencia en el espacio y en el tiempo. La comunicación interpersonal es la base de todas las comunicaciones humanas; comprende interacciones en las que los individuos ejercen influencia recíproca sobre sus respectivos comportamientos, siempre en una situación de presencia física simultánea. En la relación de interacción, cada interlocutor intenta adaptarse al comportamiento y expectativas del otro, con base en las reglas, normas y dinámicas compartidas. Siguiendo a Goffman (1972), las interacciones son la realización regular y rutinaria de los encuentros, o dicho de otra forma, son situaciones sociales completas, lo cual las aleja de los meros actos lineales de transmisión de información. A grandes rasgos, la Psicología Social considera tres niveles de análisis en los que se pueden ubicar los fenómenos de interacción: la comunicación personal, en el plano de la intersubjetividad; la comunicación interpersonal, que focaliza su atención en las relaciones entre participantes de una misma interacción; y la comunicación de masas, que tiene como eje central a los medios de difusión de información y que, por este motivo, no parece tan adecuada para explorar la interacción. La Psicología Social se centra fundamentalmente en dos fenómenos: la interacción y la influencia social. La primera se erige como el objeto básico de la disciplina, y se define como la conducta o comportamiento de un conjunto de individuos en los que la acción de cada uno de ellos está condicionada por la acción de otros. Es, por tanto, un proceso en el que una pluralidad de acciones se relaciona recíprocamente. En este sentido, la Psicología Social estudia procesos interpersonales, personas en relación con otras personas, formando parte de grupos, y no personas aisladas. El centro del análisis es la relación entre sistemas de comunicación. El vínculo entre la interacción y la influencia social se explica a partir del carácter situacional del comportamiento: cada interacción, considerada en su contexto y en toda su variedad y extensión, equivale a una situación de influencia específica. En la interacción, los individuos son situados unos en relación con otros. Este nivel interpersonal se interesa por la interacción y las consecuencias que se derivan de ella, y se enfoca, sobre todo, en relaciones inmediatas. También el tratamiento del tema de la socialización está articulado con referencias constantes a la interacción. Según el enfoque psicosocial, la interiorización del mundo ocurre sólo a partir de la interacción con los demás. De ahí que los grupos sean considerados como laboratorios esenciales para comprender las relaciones humanas. En autores como Alex Mucchielli (1998), la comunicación es interacción; y también lo es en autores pertenecientes a los enfoques constructivistas, tales como Tomás Ibáñez (1988), entre otros. La construcción interdisciplinaria de la Psicología Social ha permitido que sus reflexiones en torno a la interacción y a la comunicación se hayan visto ampliadas con las aportaciones de enfoques como la teoría de sistemas y las psicologías cognitivas. En ambos casos, nuevamente, la comunicación es comprendida como interacción, ya sea entre los sujetos y sus entornos, o bien sólo entre sujetos. El siguiente apartado presenta un breve apunte sobre las aportaciones de la Escuela de Chicago y el Interaccionismo Simbólico a la comprensión de la comunicación y la interacción. 1. La Escuela de Chicago, el Interaccionismo Simbólico y la comunicación Los trabajos de la Escuela de Chicago durante los primeros treinta años del siglo XX son fundamentales para comprender el desarrollo posterior de corrientes como la sociología urbana, la ecología humana y la sociología de la desviación, entre otras. Los investigadores de esta escuela se centraron en temas como la pobreza, la inmigración, la integración social de las minorías étnicas, la desorganización de las personalidades producto del cambio del entorno, las relaciones entre clases sociales distintas, la marginación y la desviación social, entre otros. Todos ellos, temas surgidos del entorno que la ciudad de Chicago vivía en esas décadas. La recuperación de los trabajos de los sociólogos George Simmel, William I. Thomas y Robert E. Park, así como de los filósofos George H. Mead y John Dewey, dieron como resultado una escuela que rompió con el pensamiento sociológico anterior, erigiéndose como una de las principales inspiraciones de la sociología contemporánea. De alguna manera, la sociología de la Escuela de Chicago se convirtió en la alternativa a los estudios funcionalistas desarrollados en Estados Unidos simultáneamente. Hasta los años treinta, la Escuela de Chicago fue la hegemónica en Estados Unidos. Es en ese momento cuando se ve desplazada por las escuelas de Columbia y Harvard. Algunos teóricos consideran que la pérdida de hegemonía se debió a que la Escuela de Chicago se encerró en sí misma, no supo ver y apropiarse de los avances que se estaban dando en Europa y sólo trabajó en la ciudad de Chicago. Los aportes de la Escuela de Chicago se sitúan en el terreno de lo empírico: para sus investigadores la teoría era sólo un conjunto de hipótesis para la investigación empírica. Fue poca, por tanto, su labor de construcción teórica. Sin embargo, ello no implica que de sus aportes para la comprensión de lo social no pueda desprenderse un marco conceptual concreto. Para entender cómo se concibió la interacción en el marco de la Escuela de Chicago, es indispensable referirnos a la figura de William I. Thomas, quien, influido por los aportes de Charles H. Cooley y John Dewey, es el antecedente más importante del Interaccionismo Simbólico. La idea principal del pensamiento de Thomas (1905) es que todos los hechos sociales pueden leerse como manifestaciones de la interacción humana, en contextos históricos concretos; y de esta idea se deriva otra: toda acción social es producto de los motivos e intenciones de los actores sociales. Thomas se situó en un enfoque situacional, esto es, comprendió las definiciones individuales de las situaciones (5) como unidades que pueden explicar la totalidad de la conducta social. Para Thomas, el individuo siempre actúa hacia las cosas según el significado que éstas posean para él; y este significado viene dado por las interacciones anteriores del sujeto. De ahí que el autor se sitúe en la tensión de lo individual y lo social, misma que ha guiado todo el desarrollo de la Psicología Social. Otro autor importante es Robert E. Park, pionero de la Ecología Humana. El autor definió a la sociología como una ciencia de la conducta colectiva, de ahí que considerara a la sociedad como un producto de las interacciones entre los individuos que la componen. Su propuesta de la Ecología Humana se fundamentó a partir del concepto de comunidad. Para Park, la comunidad se puede definir a partir de los siguientes elementos: es una población territorialmente organizada; más o menos arraigada en el suelo que ocupa; y sus unidades individuales viven en relación de interdependencia. La corriente del Interaccionismo Simbólico, surgida en 1938 cuando Herbert Blumer la bautiza con este nombre, parte de la importancia de la comunicación en el desarrollo de la sociedad, la personalidad y la cultura. Las raíces históricas del Interaccionismo Simbólico son el pragmatismo y el conductismo: el primero, por la importancia otorgada a la acción de los sujetos para la existencia de la verdadera realidad; el segundo, que en George H. Mead tomará un carácter social y no psicológico, por la preocupación por las conductas empíricamente observables de los individuos. Según este enfoque, el individuo es a la vez sujeto y objeto de la comunicación, en tanto que la personalidad se forma en el proceso de socialización por la acción recíproca de elementos objetivos y subjetivos en la comunicación. Esta consideración convierte al Interaccionismo Simbólico en una corriente de pensamiento que se sitúa a caballo entre la Psicología Social -por su énfasis dado a la interacción- y la Sociología Fenomenológica -por la consideración de la interacción como base para la construcción de consensos en torno a las definiciones de la realidad social. La importancia otorgada a la interacción por parte del Interaccionismo Simbólico puede sintetizarse en tres puntos importantes: el valor dado a la alienación del sentido de la comunicación cotidiana y al importante papel que juega en la sociedad la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar del otro; la consideración de que la realidad social se explica a través de las interacciones de los individuos y los grupos sociales; y el uso extendido de estudios de caso basados generalmente en procedimientos inductivos. Así entonces, el Interaccionismo Simbólico pone énfasis en la interacción de los individuos y en la interpretación de estos procesos de comunicación en las situaciones inmediatas, y no presta atención a las estructuras sociales, a los sistemas ideológicos y a las relaciones funcionales, sino al mundo de significados de los símbolos dentro del cual actúan los sujetos. La finalidad principal de las investigaciones que se realizaron desde esta corriente fue el estudio de la interpretación por parte de los actores de los símbolos nacidos de sus actividades interactivas. La obra clave para comprender las aportaciones de esta corriente de pensamiento es Symbolic Interaccionism, de Herbert Blumer (1968). En ella, el autor establece las tres premisas básicas sobre las que se sustentan tanto la reflexión teórica como las investigaciones empíricas realizadas desde el Interaccionismo Simbólico, a saber: 1) Los humanos actúan respecto de las cosas sobre la base de las significaciones que estas cosas tienen para ellos, o lo que es lo mismo, la gente actúa sobre la base del significado que atribuye a los objetos y situaciones que le rodean. 2) La significación de estas cosas deriva, o surge, de la interacción social que un individuo tiene con los demás actores. 3) Estas significaciones se utilizan como un proceso de interpretación efectuado por la persona en su relación con las cosas que encuentra, y se modifican a través de dicho proceso. George H. Mead es quizás el pensador más relevante en la historia del Interaccionismo Simbólico. Su pensamiento se plasmó en la obra Espíritu, persona y sociedad (1968), en la cual se pone de manifiesto la prioridad de lo social, y no lo individual. El autor tuvo como fin “explicar la conducta del individuo en términos de la conducta organizada del grupo social en lugar de explicar la conducta organizada del grupo social en términos de la conducta de los distintos individuos que pertenecen a él” (Mead 1968:7). Así entonces, lo social puede explicar lo individual, y no a la inversa. La aportación central de la obra de Mead la encontramos en el concepto de self o ‘sí mismo’, uno de los más importancia dentro de la corriente del Interaccionismo Simbólico. En términos generales, el self se refiere a la capacidad de considerarse a uno mismo como objeto; tiene la peculiar capacidad de ser tanto sujeto como objeto, y presupone un proceso social: la comunicación entre los seres humanos. Es decir, el self permite a las personas participar en situaciones de interacción con otros. El mecanismo general para el desarrollo del self es la reflexión, o la capacidad de ponernos inconscientemente en el lugar de otros y de actuar como hablarían ellos, o lo que es lo mismo, la condición del self es la capacidad de los individuos de salir “fuera de sí”. Dice Mead (1968:184-185) que “sólo asumiendo el papel de otros somos capaces de volver a nosotros mismos”. Es mediante la reflexión que el proceso social es interiorizado en la experiencia de los individuos implicados en él. Por tales medios, que permiten al individuo adoptar la actitud del otro hacia él, el individuo está conscientemente capacitado para adaptarse a ese proceso y para modificar la resultante de dicho proceso en cualquier acto social dado. Por otra parte, en los años 60 y 70 destaca la obra de Erving Goffman (1922-1982), conocida por su extraordinaria minucia descriptiva y vertebrada por la idea de que la interacción social agota su significado social más importante en la producción de apariencias e impresiones de verosimilitud de la acción en curso. En Goffman (1972), la sociedad se muestra como una escenificación teatral en que la vieja acepción griega de “persona” recobra plenamente su significado. El modelo planteado por Goffman recibió el nombre de enfoque dramático o análisis dramatúrgico de la vida cotidiana Para el autor, el self no es una posesión del actor, sino más bien el producto de la interacción dramática entre el actor y la audiencia, motivo por el cual puede ser destruido durante la representación. Según Goffman, en circunstancias normales a los actores se les asigna un self firme y estable que, en la mayoría de los casos, permite que las interacciones triunfen, sean eficaces. En el marco de su modelo dramatúrgico, Goffman comenta que existen fachadas, esto es, partes del escenario que funcionan regularmente de un modo prefijado con el fin de definir la situación. Dentro de la fachada se pueden distinguir el medio -escenario físico que rodea a los actores de una interacción- y la fachada personal -las partes escénicas que la audiencia identifica con los actores y que espera que lleven en el escenario. Uno de los elementos más decisivos de la obra de Goffman, y que sin duda se relaciona con los conceptos anteriores, fue su conceptualización del “ritual”. Desde su perspectiva, más que un suceso extraordinario, el ritual es parte constitutiva de la vida diaria del ser humano, por lo que se puede decir que la urdimbre de la vida cotidiana está conformada por ritualizaciones que ordenan nuestros actos y gestos corporales. En este sentido, los rituales aparecen como cultura encarnada, interiorizada, cuya expresión es el dominio del gesto, de la manifestación de las emociones y la capacidad para presentar actuaciones convincentes ante otros. Las personas muestran sus posiciones en la escala del prestigio y el poder a través de una máscara expresiva, una ‘cara social’ que le ha sido prestada y atribuida por la sociedad, y que le será retirada si no se conduce del modo que resulte digno de ella (Goffman 1972). Del concepto de ritual propuesto por Goffman se derivaron dos ideas importantes. La primera, la de relacionar a los rituales con el proceso de comunicación, pues los rituales se ubican en la categoría de actos humanos expresivos, en oposición a los instrumentales. Además de ser un código de conducta, el ritual es un complejo de símbolos, pues transmite información significativa para otros. La segunda idea consiste en relacionar a los rituales con la comunicación no verbal (kinésica y proxémica), en el sentido de que la ritualización actúa sobre el cuerpo produciendo la obligatoriedad y asimilación de posturas corporales específicas en cada cultura. Como se ha podido observar, el Interaccionismo Simbólico es una corriente que retoma elementos de corte psico-social, por un lado, y consideraciones más sociológicas, que pueden inscribirse en las reflexiones de la Sociología Fenomenológica. El modelo dramatúrgico, los conceptos de ritual, situación, encuentro, marco (frame), máscara social, sí mismo y yo espejo, entre otros, son algunas de las herencias básicas que esta corriente de pensamiento ha dejado para los posteriores análisis y acercamientos a la interacción social, y por ende a la comunicación, como base de la construcción de la sociedad. 2. George Simmel y la interacción George Simmel (6) fue principalmente filósofo, y la mayor parte de sus publicaciones abordaban temas filosóficos, como la ética, entre muchos otros. Su preocupación principal, presente a lo largo de toda su obra -sobre todo la de corte más teórico-, fue la de delimitar epistemológicamente la labor de la sociología. Así lo sintetiza Daniel Chernilo (2004): “Para Simmel, ambos problemas -la reflexión sobre las condiciones de posibilidad del conocimiento sociológico y la clarificación del rol de la sociedad al interior de la disciplina- son dos caras de un mismo asunto: la delimitación epistemológica e institucional de una disciplina encargada de estudiar lo social”. Excepto en su teoría macrosocial acerca del conflicto, Simmel se centró fundamentalmente en asuntos micro; de ahí que haya sido señalado como uno de los grandes antecesores de escuelas y corrientes de pensamiento como el Interaccionismo Simbólico y la Teoría del Intercambio, por citar algunas. La adscripción del autor a la microsociología fue de hecho aceptada por el propio Simmel, quien trabajó convencido de que la labor de los sociólogos era estudiar la interacción social. Según Robert Nisbet (Citado en Ritzer 2001: 318): “es el carácter microsociológico de la obra de Simmel el que siempre le da una particular y oportuna agudeza por encima de otros teóricos pioneros. No desdeñó los elementos pequeños e íntimos de las asociaciones humanas, y nunca perdió de vista la primacía de los seres humanos, del individuo concreto, en su análisis de las instituciones”. De hecho, la adscripción a la que hacemos referencia en el párrafo anterior ha hecho que Simmel sea considerado un autor básico no sólo para la Sociología sino también para la Psicología Social. La tensión individuo–sociedad, eje fundamental del pensamiento psicosocial, guía gran parte de la propuesta simmeliana. Atendiendo a Bottomore y Frisby (1978), fueron cuatro los niveles elementales abordados por Simmel, a saber: sus suposiciones microscópicas sobre los componentes psicológicos de la vida social; sus análisis de los componentes sociológicos de las relaciones interpersonales; su estudio sobre la estructura y los cambios sociales y culturales de su época; y por último, sus aportaciones a la teorización de los principios metafísicos de la vida. Como se puede observar, los dos primeros niveles apuntan a la interacción como objeto de reflexión y análisis. En su propuesta de teoría social, Simmel postuló que “la reflexión sobre relaciones sociales lleva siempre consigo alguna idea más o menos explícita, más o menos abstracta, de sociedad” (Chernilo 2004). En este sentido, una de sus grandes aportaciones fue el otorgar una función regulativa a la sociedad (Chernilo 2004) dentro del ámbito de reflexión de la sociología. El autor propuso dos principios básicos de organización de la sociedad. El primero, la autonomización, es el principio de evolución social que permite separar elementos, antes confundidos, de una institución o forma social. El segundo, la objetivación, se sustenta en la consideración de que la cultura tiende a ser cada vez más objetiva para el hombre, cada vez menos una parte íntima y subjetiva de él. Para Simmel, los sujetos están influidos por las estructuras sociales. La cultura objetiva hace referencia a las manifestaciones que las personas producen, mientras que la cultura individual o subjetiva se refiere a la capacidad de los sujetos para producir, incorporar y controlar los elementos de la cultura objetiva. En el marco de esta dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo, la preocupación básica de la sociología de Simmel fue, sin duda, el ámbito de la sociabilidad. Y es que el autor, en sus trabajos microsociológicos, prestó su atención en las formas que adopta la interacción social, así como en los tipos de sujetos que participan en dicha interacción. Según el autor, “la mayoría de las relaciones humanas se pueden considerar como un intercambio; el intercambio es la acción recíproca más pura y más elevada de las que componen la vida humana, en la medida en que ésta ha de ganar sustancia y contenido” (Simmel 2002:113). Toda acción recíproca, por lo tanto, se ha de considerar como un intercambio: “intercambio es toda conversación, todo amor (aunque sea correspondido con otro tipo de sentimientos), todo juego y toda mirada mutua. No es válida la pretendida diferencia de que en la acción recíproca damos lo que no poseemos, mientras que en el intercambio damos lo que poseemos” (Simmel 2002:114). Junto con el intercambio, el autor consideró otros tipos básicos de interacción social, a saber: la subordinación, la supraordinación, el conflicto y la sociabilidad. Por las particularidades de este artículo, nos centraremos fundamentalmente en la sociablidad y el intercambio, los tipos más estrictamente relacionados con la interacción en tanto relación de comunicación. Para Simmel, la sociedad es una realidad dual: por una parte están los individuos y por otra están los intereses. En palabras del autor: “Por una parte están los individuos en su existencia inmediatamente perceptible, los que llevan a cabo los procesos de asociación, quienes se encuentran unidos por tales procesos dentro de una unidad mayor que uno llama ‘sociedad’; por otra parte, se encuentran los intereses que, habitando en los individuos, motivan tal unión: intereses económicos o ideales, bélicos o eróticos, religiosos o caritativos. Para satisfacer tales impulsos y para alcanzar tales propósitos, resultan las innumerables formas de la vida social: todos los con-un-otro, para-un-otro, en-un-otro, contra-un-otro y por-un-otro” (Simmel 2002:195). El hombre tiene un impulso innato hacia la sociabilidad, tiende siempre a establecer relaciones con otros, a interactuar con esos otros. Sin embargo, para Simmel esta tendencia hacia la interacción pocas veces es desinteresada: “Sin duda es a causa de necesidades e intereses especiales que los hombres se unen en asociaciones económicas o en fraternidades de sangre, en sociedades de culto o en bandas de asaltantes. Pero mucho más allá de su contenido especial, todas estas asociaciones están acompañadas de un sentimiento y una satisfacción en el puro hecho de que uno se asocia con otros y de que la soledad del individuo se resuelve dentro de la unidad: la unión con otros” (Simmel 2002:195-196). Es precisamente la sociabilidad el espacio en que los intereses se dejan, al menos aparentemente, a un lado, lo cual lleva al autor a definir a la sociabilidad como la “forma lúdica de la asociación” (Simmel 2002:197). El único fin de la sociabilidad es la asociación misma. Para ampliar el debate entorno a la asociación, es interesante acercarse a la clásica distinción entre comunidad y asociación realizada por Ferdinand Tönnies (1855-1936), cuya obra, al igual que la de Simmel, fue muy influyente en los sociólogos de la Escuela de Chicago. Para Tönnies, la comunidad y la asociación son las dos formas básicas del vínculo humano: la vida en comunidad es íntima y privada, mientras que la vida en sociedad es pública; la comunidad es una forma de relación antigua, y la asociación es moderna. Otra diferencia básica viene dada por el hecho que la vida en comunidad constituye la forma genuina de la convivencia, es más fuerte, mientras que la vida en sociedad -la asociación- es transitoria y superficial. “A este tenor, la Gemeinschaft (comunidad) debería ser entendida como organismo vivo y la Gesellschaft (asociación) como un artefacto, un añadido mecánico” (Tönnies 1979:29). En Simmel, la despersonalización y el aislamiento de la personalidad se producen cuando se disuelven los vínculos naturales de adscripción, es decir, la comunidad. Sin negar que esta situación pueda ser riesgosa, el autor propone una visión más optimista al respecto: es la disolución de estos vínculos naturales la que amplía de forma significativa los márgenes de la libertad individual. El concepto de sociabilidad parte del carácter relacional de los individuos, con énfasis en la dimensión asociativa. Y va más allá de la mera relación entre dos personas. Junto al ‘yo’ se concibe un ‘tú’, pero también un ‘tú’ colectivo, el grupo, y un ‘yo’ colectivo, el nosotros. Detengámonos unas líneas más a explorar con mayor detalle el concepto de sociabilidad. Tal y como afirma Quintero (2005), la sociabilidad es una característica de los seres humanos, que se ubica en la esfera natural, es decir, responde a la condición del hombre como ser biológico. En segundo lugar, la sociabilidad es el medio que hace posible la vida en sociedad, al mismo tiempo que la sociedad hace posible la sociabilidad entre sus individuos. Esto último permite distinguir entre sociabilidad y socialización. Simmel se centró fundamentalmente en el primer proceso, y no abordó de forma tan rigurosa la socialización, comprendida como el proceso mediante el cual el individuo incorpora los hábitos propios de su cultura. Es importante destacar que la sociabilidad es el proceso que permite o posibilita al individuo relacionarse, y por tanto comunicarse, con sus semejantes. Una visión distinta es la presentada por el psicólogo social Solomon Asch (1962), quien sostiene que no existe un impulso biológico de sociabilidad en los sujetos; más bien existe un interés social de los individuos por relacionarse con otros. Esta tendencia hacia la asociación e interacción con otros no es, por tanto, biológica, sino social, aprendida, incorporada. Se podría decir por tanto que la sociabilidad es parte de la socialización, o lo que es lo mismo, que la socialización incluye como elemento importante el que los individuos incorporen formas de relación con otros, acordes siempre a las situaciones o contextos dados. La sociabilidad es el principio mediante el cual los hombres crean vínculos y relaciones entre ellos. Las tramas de significados resultantes de las interacciones les permiten definir al mundo y definirse a sí mismos y a los otros. “La idea de la existencia de un hombre asocial es imposible, pues, el simple concepto de hombre es indivisible al de sociedad” (Quintero 2005). La asociación del hombre con sus semejantes, si bien es una característica universal, es distinta en las diferentes sociedades, esto es, adopta características particulares según sea el contexto. La sociabilidad no existe sin el lenguaje. Ambos se reproducen mutuamente: “la idea de un lenguaje sin sociabilidad resulta vacía e inconexa” (Quintero 2005). La intención global de la obra de George Simmel no fue construir una teoría del mundo social. Ello, sin embargo, no impide reconocer en su producción una serie de ejes conceptuales básicos que contribuyen a la problematización de la cultura y la sociedad. Su búsqueda de formas de sociabilidad básicas no fue dirigida hacia el establecimiento de conceptos universales con gran poder explicativo. Sus intereses fueron siempre más encaminados hacia situaciones particulares, motivo por el cual Simmel se puede insertar en la microsociología. Temas como el dinero, la moda, la libertad, entre otros, eran concebidos por el autor como asuntos particulares, no sujetos a principios universales. Simmel los comprendía como experiencias vitales diferenciadas, particulares, y a partir de ellas, el autor pretendió establecer los principios vitales básicos -también llamados formas sociales fundamentales-, en torno a los que se estructura principalmente la vida social. Las aportaciones de Simmel hacen que su concepto de cultura sea completamente dinámico. El carácter relacional de las configuraciones de sentido que se ponen en circulación en los procesos de interacción social, hace de la cultura un juego de opuestos que le sirven al autor para caracterizar cualquier fenómeno cultural. Todo el análisis de las formas de interacción social, para Simmel, implica que los actores que participan en las interacciones están conscientemente orientados unos hacia otros. De ahí que todas las formas de interacción (intercambio, subordinación, etc.) necesiten tener a sujetos complementarios -ocupando posiciones contrapuestas en la situación de interacción- para poder existir como tales. Para Simmel, la labor conceptual fue muy importante. “Una porción de su aportación se sitúa en lo atemporal con el fin de suministrar aquellas nociones sobre los fenómenos estudiados que no se hallan sujetos a los avatares de la historia” (Giner 2004:345). Para que la sociología se consolidara como disciplina independiente, según Simmel, debía acotar una esfera clara y distinta de indagación, no explorada por los demás. Esa esfera era para él la ocupada por las formas de la sociabilidad, es decir, por aquellos procesos propios de toda vida social que constituyen su urdimbre y estructura. 2.1. Asociación e interacción Como ya se apuntó anteriormente, para Simmel la sociedad no se puede captar toda, así. Lo que sí percibimos son relaciones específicas de poder, ingresos, autoridad, subordinación, formas de convivencia distintas, atracción erótica, hostilidad, en ámbitos específicos circunscritos de actividad entre seres humanos. Por lo anterior, la sociología de Simmel bien pudiera llamarse “sociología relacional”, ya que siempre le interesó concebir los procesos de forma relacional, como situaciones de mutua causación y de acción y reacción entre seres que coexisten en ámbitos determinados. “La mutua interacción o acción recíproca es un fenómeno radical y originario, la condición a priori que posibilita la sociación, es decir, la sociedad” (Giner 2004:347). Así pues, todo cuanto existe en la sociedad existe como relación. Los seres humanos, o los colectivos, grupos e instituciones que forman deben ser definidos como haces de relaciones. Sin ellas, no existirían. Las relaciones e interrelaciones que constituyen la sociedad, a través de los procesos de sociación, poseen tres características cruciales: no son simétricas ni planas; la distancia social es la que une y separa a las gentes entre sí; los universos sociales son galaxias de interrelaciones, son redes. La naturaleza reticular de la sociedad constituye para Simmel una premisa esencial para entender cómo es el mundo humano, tanto como su noción de mutua interacción, o sociación. Nuestra predisposición a vivir con y a través de los otros, a través de la sociabilidad innata, está sujeta a un dualismo radical: por un lado, vivimos mediante la interacción que nuestra sociabilidad inspira; por otro, sus frutos poseen un alto contenido objetivo, producen resultados estéticos, familiares, religiosos, políticos, económicos, institucionales, al margen de nuestra conciencia. Simmel pone énfasis en la interacción, que es el núcleo de su sociología. En su obra, el concepto de interacción aparece como sinónimo de la sociación. Una categoría que está dentro de la interacción (sin ser tan amplia como ésta) es el intercambio. Como se ha comentado anteriormente, Simmel fue el primero en proponer la visión de la sociedad como proceso general de intercambios materiales, morales y simbólicos entre los seres humanos y sus agrupaciones. Y es en los procesos de intercambio simbólico donde encontramos ya una posible contribución del pensamiento simmeliano a la comunicación: la consideración de ésta como intercambio simbólico, algo que posteriormente desarrollarían los autores de la corriente del Interaccionismo Simbólico, presentada en apartados anteriores. El individuo sólo existe socialmente. Es un producto social. El aislamiento social es el proceso por el que el individuo puede ser entendido como singular absoluto, pero ello no corresponde a la verdad pues el rechazo, expulsión o destierro que lo provocan son fenómenos estrictamente sociales. Conflicto e integración son dos contrarios que se entrelazan y generan mutuamente, expandiéndose por todo el campo societario. El conflicto es también una forma de sociación o interacción, y así como no existe sociedad sin interacción, muy pocas veces la interacción está exenta de conflictos. Factores disociativos como el odio, la envidia, la necesidad, el deseo, entre otros, son la causa del conflicto. El conflicto por lo tanto, según Simmel, surge para superar dualismos divergentes; es un modo de lograr alguna suerte de unidad, aunque sea mediante la aniquilación de una de las dos partes contendientes. El autor constata que no todas las relaciones entre las gentes son nítidas. En realidad nos movemos entre la determinación precisa de las condiciones de la acción y la indeterminación o la ambigüedad. Nuestras vidas transcurren entre estos dos extremos de la interacción, nunca -o en escasas ocasiones- en un justo medio, sino más bien en este terreno movedizo e incierto en el que se manifiesta la naturaleza equívoca, incompleta e inacabada de la vida humana. Lo que está claro es que Simmel dio una enorme importancia a las interacciones sociales cotidianas, hasta el punto de equiparar la sociedad con la interacción: “La sociedad sólo es la síntesis o el término general para la totalidad de esas interacciones específicas (…) La sociedad es idéntica a la suma total de esas relaciones” (Simmel 1978:175). 2.2. Las formas y tipos sociales El mundo real está compuesto de acontecimientos, acciones e interacciones innumerables. Los sujetos ordenan dicha multitud de sucesos a partir de reducirlos a modelos o formas. De la misma forma, el sociólogo, según Simmel, debe imponer un número limitado de formas a la realidad social, específicamente a la interacción, para que ésta pueda ser analizada de forma más sistemática y rigurosa. Para Donald Levine, estudioso de Simmel, el método que empleó el autor puede denominarse interaccional-formal, y consiste en “seleccionar algún fenómeno limitado, finito, de entre el flujo de acontecimientos del mundo; examinar la multiplicidad de los elementos que lo componen y averiguar la causa de su coherencia descubriendo su forma. Posteriormente investiga los orígenes de esta forma y sus implicaciones estructurales” (Levine 1971:XXXI). La aproximación de Simmel no utiliza un esquema teórico cerrado dentro del cual puedan estar comprendidos todos los aspectos del mundo social. De alguna manera, Simmel evitó el modelo de reificación del esquema teorético que fue usado, por ejemplo, por Talcott Parsons. George Ritzer (2001:328) define la propuesta formal de análisis de la interacción de Simmel como “geometría social”. Los coeficientes geométricos principalmente utilizados por Simmel fueron el número y la distancia. El primero hace referencia a la importancia de tomar en cuenta el número de sujetos que participan en una determinada interacción, de la cual derivan sus análisis diferenciales entre la díada -los grupos de dos personas- y la tríada -los grupos de tres personas. Para Simmel, el que se adhiera una tercera persona en una situación de interacción diádica introduce un cambio radical en dicha interacción. En una díada, los individuos mantienen todavía un alto grado de individualidad, esto es, un conjunto de dos personas no puede considerarse estrictamente un grupo, dado que los sujetos no abandonan su identidad individual para suplirla por una identidad de grupo, una supra-identidad. Por el contrario, en la tríada, los sujetos dejan parcialmente su razón de ser individual y pasan a formar parte de un grupo, pudiéndose desarrollar así una estructura de grupo independiente de los sujetos que lo componen. También esta adición de un tercer miembro a una díada hace que sea posible la multiplicación de los roles sociales que se ponen en juego en la situación de interacción. El tercero puede fungir como árbitro o mediador, y puede llegar a usar las disputas entre los otros dos miembros para su interés individual, o bien convertirse en objeto mismo de disputa. El proceso de adición de la díada a la tríada continúa su curso en grupos mayores, y finalmente, dice Simmel, se establece la sociedad. En la sociedad el individuo se desenvuelve en solitario, de forma aislada, lo cual da lugar a la relación dialéctica individuo-sociedad a la que se ha hecho referencia anteriormente: “el individuo socializado siempre permanece en una relación dual con la sociedad: se incorpora a ella y, con todo, lucha contra ella (…) el individuo está determinado y, no obstante, es determinante; actúa dependiendo y, aún así, está autoactuando” (Coser 1965:11). Esta propuesta dialéctica entre individuo y sociedad, mutuamente producidos, ha influido en autores posteriores hasta la actualidad; uno de ellos es, sin duda, Pierre Bourdieu, quien con los conceptos de habitus y campo propuso una teoría social y cultural en la que el sujeto incorpora a la sociedad, y ésta a su vez es actuada o puesta en práctica por los sujetos individuales. Las reflexiones anteriores se sitúan, por tanto, en la importancia otorgada por Simmel al análisis del tamaño de los grupos, determinante para el análisis de las formas y tipos de interacción social. Por un lado, Simmel afirma que el aumento del tamaño de un grupo determinado aumenta la libertad individual, dado que el individuo no puede ser controlado en el marco de un grupo grande. Por otra parte, en una postura ciertamente ambivalente, Simmel afirma que en una sociedad grande, es tendencia habitual que los individuos estén inmersos en diferentes grupos, cada uno de los cuales controlaría únicamente una parte de la personalidad de los sujetos. Pese a esta consideración, el autor consideró que también las sociedades más grandes creaban problemas que amenazaban las libertades e identidades individuales. Lo más importante de esta propuesta de Simmel radica en que “el incremento del tamaño y la diferenciación contribuyen a aflojar los lazos entre los individuos y a dejar en su lugar relaciones mucho más distantes, impersonales y segmentadas. Paradójicamente, este gran grupo que libera al individuo, amenaza al mismo tiempo dicha individualidad” (Ritzer 2001:329). El otro coeficiente que Simmel empleó para su análisis de las formas de la interacción social es la distancia. Ésta hace referencia a que los significados y formas de los hechos sociales, de las situaciones de interacción, están también determinados por las distancias relativas entre los individuos, y entre éstos y los hechos. En su conocido ensayo “El extraño”, Simmel argumenta que este tipo de actor no está ni muy lejos ni muy cerca, es decir, si estuviera demasiado lejos dejaría de tener contacto con el grupo, mientras que si estuviera demasiado cerca, dejaría de ser un extraño. De este ensayo se derivó la consideración de la extrañeza misma como una forma de interacción social, como una forma en la que se combinan la cercanía y la distancia de manera específica, y que constituye de alguna manera una característica de toda relación social, sea más o menos íntima: “podemos así examinar una amplia gama de interacciones específicas con el fin de descubrir el grado de extranjería que se encuentra en cada una” (Ritzer 2001:330). Para lograr una mayor sistematicidad en su análisis de la interacción social, Simmel consideró por separado tipos sociales y formas sociales. Entre los primeros, además del extranjero está el pobre, que aparece también definido a partir de sus relaciones sociales. El pobre tiene el derecho de recibir ayuda, y es este derecho el que marca sus pautas de interacción social. Y en cuanto a las formas sociales, ya hemos apuntado anteriormente las dos más importantes: la supraordinación y la subordinación, mismas que mantienen una relación recíproca. Es decir, el líder o dominante espera del subordinado una reacción positiva o negativa, y simultáneamente, el subordinado espera del líder determinación para fijar o al menos determinar en cierto grado sus pensamientos y acciones. La aproximación al análisis de la interacción social propuesto por Simmel podría continuar con algunas reflexiones en torno, por ejemplo, al secreto, y a la relación que éste guarda con las relaciones sociales. El autor examinó varias formas de relación social desde el punto de vista del conocimiento recíproco y el secreto. Es la confianza la que actúa como mediadora entre el conocimiento y la ignorancia entre los sujetos participantes en una interacción. La distinción entre conocidos e íntimos podría dar lugar a otros tipos de sujetos sociales, distintos en cuanto a las formas de interacción de las que participan. En este tenor, Simmel incorpora otro tipo de asociación importante: la discreción, esa “reserva general que nos imponemos frente a la personalidad total” (citado en Ritzer 2001:348). Y también introduce la forma de la amistad, que para Simmel no se sustenta en el conocimiento total recíproco, sino más bien en la afinidad de intereses intelectuales y religiosos, entre otros, así como en las experiencias compartidas. La última forma social, concebida por Simmel como la más íntima, es el matrimonio. En él existe la tendencia a no ocultar secretos, algo que el autor consideró improbable además de indeseable, ya que toda relación social necesita una cierta proporción de verdad y mentira. 3. Simmel y su influencia en autores y tendencias posteriores Quienes a partir de la década de los sesenta comenzaron a interesarse por el intercambio simbólico que se da en las relaciones sociales -Mead desde el Interaccionismo Simbólico, por ejemplo- así como por la elaboración conversacional e interactiva de la realidad social a través de las rutinas de la vida diaria -la etnometodología de Garfinkel sería la máxima representante-, redescubrieron los trabajos de George Simmel. Retomaron de él, sobre todo, el interés por la cotidianidad y la interacción en situaciones microsociales, ambos elementos concebidos como productores de las estructuras e instituciones sociales. Ya se ha abordado anteriormente la especificidad del pensamiento de la corriente del Interaccionismo Simbólico, con Cooley, Blumer, Mead y Goffman al frente. Por ello, nos detendremos unos momentos a explicar la etnometodología. El interés de la etnometodología por la vida cotidiana es ya un punto de conexión entre esta propuesta y el pensamiento simmeliano. También constituye un punto de encuentro la concepción de la realidad como conjunto de relaciones de interacción, mismas que en el caso de la etnometodología son comprendidas como fuentes del conocimiento cotidiano. De hecho, uno de los conceptos básicos en la perspectiva etnometodológica es la interacción, entendida como fundamento de toda relación social. La etnometodología es el estudio de los modos en que se organiza el conocimiento que los individuos tienen de los cursos de acción normales, de sus asuntos habituales, de los escenarios acostumbrados. Aquí encontramos nuevamente una similitud con el pensamiento de Simmel: la importancia otorgada a los elementos habituales de la vida cotidiana, al suceso cotidiano y no extraordinario. La etnometodología, con Harold Garfinkel al centro, se dedicó a estudiar los métodos o estrategias empleadas por las personas para construir, dar sentido y significado a sus prácticas sociales cotidianas. De esta forma, esta corriente de pensamiento “reserva para las actividades más comunes de la vida cotidiana la atención normalmente concedida a los sucesos extraordinarios” (Garfinkel 1967). En aquello que normalmente se ve como cosas, datos o hechos, el etnometodólogo ve, y trata de ver, los procesos mediante los cuales se crean y sostienen de manera constante las características de escenarios socialmente organizados (Pollner 1974). Siendo el centro de su indagación el proceso con que los miembros sociales producen y sostienen un sentido de la estructura social en la que interaccionan, podemos decir que la etnometodología se sustenta también en una concepción dual de la sociedad, algo que hemos visto también en la propuesta de Simmel. Es decir, la sociedad hace a los individuos y éstos, a su vez, producen a la sociedad por medio de interacciones cotidianas. Pese a estas similitudes, la etnometodología fue una propuesta más metodológica que teórica-conceptual. Aunque Simmel realizó análisis empíricos, la rigurosidad de sus análisis vino dada por sus clasificaciones de tipos y formas de interacción, y no tanto por instrumentos metodológicos y técnicos construidos ad hoc. La etnometodología, por su parte, se fundamentó en observaciones sistemáticas y en la técnica del análisis conversacional. De algún modo Simmel hizo construcción teórica y de ella derivó gran parte de sus ensayos sobre situaciones empíricas en la vida cotidiana. Por el contrario, la etnometodología partió de un procedimiento más inductivo: aplicando técnicas como el análisis conversacional, construyó conocimiento empírico y teórico a partir de las observaciones de las situaciones de interacción en la vida cotidiana. Pero lo que está claro es que en ambas propuestas, la interacción está al centro. Y ésta aparece comprendida como la fuente de construcción de conocimientos sobre la vida cotidiana, como el escenario de relación social por excelencia que permite a los sujetos sociales comprenderse a sí mismos y a su entorno. 4. El potencial heurístico de Simmel en el pensamiento en comunicación Como muchos otros autores, George Simmel ha pasado completamente desapercibido en el campo académico de la comunicación. De hecho, y pese a que la microsociología constituye una fuente de conocimiento para la ciencia de la comunicación, parece que el predominio de los estudios sobre los medios de difusión ha dejado de lado la importancia de los procesos de interacción en situaciones microsociales, que tanto pueden aportar al estudio de la comunicación interpersonal. La base psico-social indiscutible del concepto de comunicación, así como la ampliación del espectro de objetos de estudio que pueden abordarse desde la Comunicología, hacen que se pueda considerar a Simmel como un autor con cierto potencial heurístico en la construcción y el desarrollo de pensamiento en comunicación. Como ya ha quedado explicitado en apartados anteriores, la comunicación es concebida como un fenómeno simultáneamente individual y social: por un lado, el individuo ocupa un lugar central en el proceso de comunicación, elemento que ha sido sobre todo estudiado por los psicólogos cognitivos; por el otro, la comunicación tiene una esencia fundamentalmente social, por lo que el centro de la reflexión sobre la comunicación no es tanto el individuo sino la relación misma. En este segundo punto puede verse ya una similitud importante con el concepto de interacción expresado por Simmel. Para el autor la sociedad es un conjunto de relaciones sociales dialécticas, un conjunto de intercambios, materiales y/o simbólicos. La comunicación como relación de interacción es pues fundamental para la constitución de la sociedad. Si consideramos a Simmel como un autor ubicado en la Sociología de corte más fenomenológico, e incluso en la Psicología Social, podemos ver que sus aportaciones al campo de la comunicación pueden ser muchas. Según la propuesta del Grupo hacia una Comunicología Posible (GUCOM), la Sociología Fenomenológica, como fuente científica histórica de la Comunicología, tiene su fundamento en la comprensión y la significación de los fenómenos sociales, siguiendo a la guía hermenéutica y a la filosofía fenomenológica, con Husserl al frente. Sus representantes son en su mayoría provenientes del mundo del pensamiento humanístico alemán, y esta fuente constituye la menos desarrollada, por mucho, en el contexto latinoamericano. La Escuela de Chicago y el Interaccionismo Simbólico hacen parte de esta corriente fenomenológica de la sociología, y en todos los casos, se trabaja con la interacción como trama constructiva comunicacional de lo social. El resto de aportaciones de la Sociología Fenomenológica -Schütz, Berger y Luckmann, entre otros- no han sido muy retomadas en el pensamiento en comunicación. Lo mismo sucede con algunas de las aportaciones de la Psicología Social. Ambas fuentes científicas históricas de la Comunicología constituyen matrices de pensamiento comunicacional no centrado en los medios de difusión. Se ocupan de las relaciones interpersonales, de la llamada comunicación cara a cara. Las relaciones entre individuo y sociedad, así como los estudios sobre los grupos sociales, constituyen el centro de reflexión tanto de la Psicología Social como de la Sociología Fenomenológica, la primera con un corte más psicologicista, y la segunda con un enfoque más filosófico. Así como Schütz, Berger y Luckmann, de la Sociología Fenomenológica, no han sido muy considerados en los estudios y el pensamiento comunicacional, tampoco lo han sido los psicólogos sociales como Lewin, Newcomb y Bales, entre otros. Se trata de autores que en el mejor de los casos son superficialmente conocidos en el campo de la comunicación, y fundamentalmente, en el área de estudios sobre la comunicación interpersonal, sobre la dimensión comunicológica de la interacción. La dimensión de la interacción se centra en comprender y estudiar la figura de los sistemas de comunicación, es decir, desde este punto de vista se concibe a la vida social como un conjunto de relaciones que se mueven y son movidas por su acción recíproca. Una concepción sin duda cercana a la que propuso George Simmel en su abordaje de la sociedad como haz de relaciones. En textos anteriores (Rizo 2005 y 2006) he sintetizado los aportes psico-sociales y socio-fenomenológicos a la concepción de la interacción. El siguiente mapa conceptual muestra dicha síntesis, considerando fundamentalmente autores de la Escuela de Chicago y el Interaccionismo Simbólico. Como se puede observar, también aparece Simmel como autor a considerar en la definición y abordaje de la interacción. Mapa 1: La interacción vista desde enfoques psico-sociales y socio-fenomenológicos Fuente: Elaboración propia La relación dialéctica entre individuo y sociedad aparece, en Simmel, determinada por los procesos de interacción social, de ahí que como ha quedado explicado en apartados anteriores, el autor haya sido considerado como un precursor importante de la Escuela de Chicago y el Interaccionismo Simbólico. Las clasificaciones que propuso Simmel en torno a las formas y tipos sociales pueden contribuir a alimentar las reflexiones y estudios en el área de la comunicación interpersonal, tanto a nivel interpersonal en sentido estricto como a nivel intra e intergrupal. Si bien la comunicación interpersonal ha sido muy estudiada, en ocasiones se ha simplificado mucho el proceso de interacción y se han empleado modelos de comunicación que, con más o menos acierto, han permitido dar cuenta de la comunicación verbal y no verbal en una situación de interacción determinada. Sin desmerecer lo que se ha hecho al respecto, consideramos que para la consolidación teórica de la ciencia de la comunicación es muy recomendable que todo estudio empírico esté sustentado en una conceptualización rigurosa y sistemática. De ahí que podamos ver en autores como Simmel fuentes de conceptos que pueden contribuir a hacer más sólidas las investigaciones en este rubro de la comunicación interpersonal. Así entonces, toda situación de interacción está determinada por formas específicas de relación social, entre las cuales, siguiendo a Simmel, podrían destacarse la atracción, la hostilidad, la autoridad y la subordinación, entre otras. La sociología de Simmel es una sociología relacional, y como tal, tiene a la interacción al centro. El autor concibió a la interacción como una situación de mutua causación, esto es, de acción y afectación recíproca entre sujetos. Si abordamos los procesos de comunicación interpersonal empleando algunos de los conceptos o ejes de análisis expuestos y utilizados por Simmel podemos proponer, entre otras, las siguientes consideraciones: - Las situaciones de comunicación interpersonal no suelen ser simétricas, algo que se relaciona con la consideración de que muy pocas veces la interacción está exenta de conflictos. - La distancia social entre los participantes de una interacción determinará la forma como se lleve a cabo la relación interpersonal. - En toda situación de comunicación interpersonal los sujetos intercambian algo, sea algo material o, más frecuentemente, simbólico, esto es, significados, percepciones y valoraciones sobre sí mismos, sobre los demás y sobre algo del entorno. Si retomamos la propuesta de “geometría social” de Simmel, veremos entonces que las situaciones de comunicación interpersonal pueden analizarse con base en el número de participantes en dicha interacción, por un lado, y la distancia entre dichos miembros por el otro. Con respecto al número de participantes, podemos reflexionar en torno a las siguientes interrogantes: ¿Cómo afecta la incorporación de una tercera persona en una situación de comunicación interpersonal entre dos sujetos? ¿De qué forma cambia la relación de comunicación entre los dos sujetos iniciadores de la interacción ante la llegada de un tercero? ¿Qué marcas en el lenguaje -verbal y no verbal- permiten objetivar la constitución de una identidad de grupo y no individual cuando tres o más personas interactúan? ¿Existen cambios en cuanto a los roles sociales en las situaciones de interacción diádicas y triádicas? ¿De qué forma se puede lograr el mantenimiento de lazos y la disminución de la distancia en situaciones de interacción en grupos grandes? Con respecto a la distancia, las relaciones de cercanía y lejanía aparecen en Simmel como determinantes de las situaciones de interacción y, sobre todo, de las negociaciones de significados que tienen lugar en ellas. La extrañeza fue considerada por Simmel como una forma de interacción social, de ahí que podamos preguntarnos lo siguiente: ¿Cómo cambian el lenguaje verbal y no verbal ante una persona a quien no consideramos próxima? ¿De qué manera afecta a la interacción entre dos sujetos conocidos la adhesión de un tercero extraño o lejano para al menos uno de los dos? ¿Qué papel juega la posición de los sujetos en el espacio social en una situación de interacción determinada? ¿De qué manera se hacen explícitas la supraordinación y la subordinación entre sujetos sociales en una situación de comunicación interpersonal dada? Podemos investigar entonces las situaciones de comunicación interpersonal no sólo con base en el número de participantes, algo que ya se ha venido estudiando, sino también a partir de observar y objetivar los diferentes grados de “extranjería” que se dan en cada situación de interacción. Algunas de las interrogantes anteriores fueron investigadas por el enfoque sistémico de la comunicación, cuyos máximos representantes fueron los investigadores de la Escuela de Palo Alto, también llamada Universidad Invisible. A partir de los axiomas de la comunicación, Watzlawick y otros hicieron referencia a cuestiones como la simetría y complementariedad en las situaciones de interacción. Sin duda alguna, también hay puntos de contacto entre estas aportaciones y el pensamiento simmeliano, muy anterior en el tiempo. Conclusiones En este texto se han querido mostrar algunas de las posibles aportaciones de George Simmel al pensamiento en comunicación. Como se ha podido ver, abordar a la comunicación y la interacción en términos psico-sociales y socio-fenomenológicos implica considerar no sólo a las corrientes del Interaccionismo Simbólico y la Escuela de Chicago, sino también a otros muchos autores que, anteriores o posteriores en el tiempo, tienen mucho que ofrecer a la conceptualización de la dimensión comunicológica de la interacción, esto es, a la reflexión y análisis de la vida social en términos de relaciones sociales de comunicación. Las reflexiones de Simmel en torno a la dialéctica individuo-sociedad, así como su propuesta global de considerar a la sociedad como conjunto general de interacciones, de asociaciones entre sujetos, hacen ver la importancia de relacionar a la comunicación con el concepto más general de relaciones sociales. Esta relación conceptual puede venir dada por otros términos, tales como la identidad social, los grupos sociales, los roles sociales, los sistemas simbólicos y la construcción de sentido. El área de estudio de la comunicación interpersonal puede enriquecerse sobre todo conceptualmente, y no tanto metodológicamente, a partir de los aportes de Simmel. El potencial del autor se ha visto minusvalorado en el campo de la comunicación, algo que ha sucedido a muchas de las propuestas teóricas que tratan de ver a la comunicación como un proceso de relación, y no sólo como un sistema de transmisión o difusión de información. Notas (1) Para mayor información, ver el Portal del Grupo hacia una Comunicología Posible. (2) Este ambiente comunicativo se da principalmente en las relaciones cara a cara, que permiten la intercambiabilidad de los puntos de vista de los participantes en una determinada interacción. (3) Sin embargo, Schütz reconoce que la comunicación completamente exitosa es imposible, porque hay zonas de la vida privada de los otros que son inaccesibles a la conciencia de uno. (4) De ahí que Schütz distinga entre interpretación (comprensión de la acción que el sujeto contempla y a la que asigna el significado subjetivo que el producto o el curso de la acción le presenta), expresión (intención de exteriorizar contenidos de conciencia por parte de un individuo, pero sin que exista necesariamente otro al que se dirijan estos contenidos) y comunicación (aquí sí ha de existir ese otro al que se destina el mensaje o contenido, sea este otro alguien identificado o anónimo). Dicho de otro modo, la acción expresiva siempre está orientada hacia el otro, mientras que la acción comunicativa necesariamente pretende actuar sobre el otro. (5) Las situaciones, según Thomas, están compuestas por tres elementos: los valores -objetos sociales relevantes a la conciencia del actor, son objetivos-, las actitudes -posicionamientos preexistentes en el actor con respecto a los objetos sociales, son subjetivas- y la definición de la situación -entendimiento que tiene el actor de los valores, las actitudes y las características específicas del entorno. (6) George Simmel (1858-1918) estudió filosofía e historia en la Universidad de Berlín, su ciudad natal. Fue Profesor de filosofía y sociología en las universidades de Berlín, Estrasburgo y Heidelberg. Pese a que su vida académica estuvo marcada por la marginalidad de los puestos que ocupó en la docencia universitaria, Simmel está considerado como uno de los padres de la sociología moderna. Su pensamiento influyó en autores con quienes mantuvo contactos muy próximos, como Weber o Husserl, pero también influyó en autores más jóvenes como Bloch, Jaspers, Manheim y Heidegger, entre otros. Simmel, con Weber y Tönnies, fue co-fundador de la Sociedad Alemana de Sociología, creada en 1909. Su obra partió de una concepción pragmática y utilitarista del conocimiento. Algunas de sus obras más destacadas son las siguientes: Diferenciación Social (1890), Problemas de la filosofía de la historia (1892), Introducción a la ética (1893), Filosofía del dinero (1900), Sociología (1908) y Cuestiones fundamentales de sociología (1917). Bibliografía Asch, S. 1962. Psicología Social. Buenos Aires: Eudeba. Berger, P. y Luckmann, T. 1993 (1967). La Construcción Social de la Realidad. Buenos Aires: Amorrortu. Blumer, H. 1968. Symbolic Interactionism. Perspective and Method. New Jersey: Prentice Hall. Bottomore, T. y Frisby, D. (eds.) 1978. 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Cinta de Moebio Revista de Epistemología de Ciencias Sociales ISSN 0717-554X |